Esta Navidad se han cumplido 25 años del asesinato por ETA del guardia civil José Antonio Peña. Ocurrió la Nochebuena de 1986 y se me quedaron grabadas las palabras a sus hijos de cuatro y dos añitos por parte de su viuda para ocultarles lo sucedido en aquella noche: "Papá se ha marchado con Papá Noel para entregar juguetes a niños de países muy lejanos". José Antonio murió con solo 26 años, fue una víctima más de la barbarie etarra que ha ido dejando vidas destrozadas y que en estas fechas tenemos la obligación moral de recordar. Especialmente cuando los asesinos de la banda exigen ahora amnistía y generosidad.
Ellos no tuvieron ninguna generosidad cuando apretaban el gatillo de sus pistolas, accionaban el mando de sus bombas o remataban a sus víctimas en el suelo. Los asesinos deben cumplir sus penas por un mínimo sentido de la justicia y respeto a todos aquellos a los que han destrozado su vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de diciembre de 2011