A principios del pasado mes de noviembre, a las puertas de la Embajada de China en Nueva Delhi, el joven Megmar Tenzin se prendía fuego para llamar la atención sobre la situación de los derechos humanos en el Tíbet.
En lo que va de año son ya una docena de monjes budistas (conocidos como los mártires en llamas) los que se han inmolado para llamar la atención del mundo sobre la actuación del Gobierno chino.
La declaración del doctor Blake Kerr ante el juez Ismael Moreno en la causa que se investiga por genocidio, tortura y crímenes de guerra por parte del Gobierno chino en el Tíbet, el mes de diciembre pasado en la Audiencia Nacional, no hace sino recordarnos el sufrimiento del pueblo tibetano. Son muchas las organizaciones internacionales que llevan años denunciando estos actos. El informe de Amnistía Internacional al respecto es demoledor.
Mientras, los tibetanos ven que los países desarrollados no tienen el más mínimo interés en que se resuelva este tema por miedo al gigante comercial chino; según parece, es más fructífero un acuerdo comercial con China que la vida en el Tíbet.
El que alguien tenga que prenderse fuego para poder ser escuchado nos debería hacer reflexionar sobre la importancia de la vida en esta sociedad. Mientras tanto, tendremos el olor a carne humana quemada sobre nuestras conciencias.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de enero de 2012