Es inédito en la historia democrática de nuestro país que el recién elegido presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lleve casi 60 días gobernando, que a los pocos días de la investidura se haya visto obligado a cambiar todo su programa de Gobierno imponiendo, en contra de lo que había anunciado en la campaña, que no se subirían impuestos, las más duras medidas fiscales de nuestra historia; entre otras, a los asalariados, subidas lineales del IRPF, que significará de hecho una reducción de salarios y pensiones. Anuncia, además, a través de terceros, que estas subidas no son más que "el principio del principio", y no ha considerado pertinente convocar hasta la fecha una amplia conferencia de prensa en la que explique las razones de su cambio de programa, sometiéndose, naturalmente, a las preguntas que los periodistas consideren pertinentes.
De no rectificar, habrá que admitir, como ya se comenta, que Mariano Rajoy considera que los electores, tanto los que le han votado como los que no, somos una especie de entes sin personalidad con los cuales no merece la pena perder el tiempo. Someterse en el Parlamento a las preguntas de la oposición no es suficiente, el pueblo es el que vota y si bien tanto las Cámaras de diputados y senadores representan al conjunto de todos los españoles, los usos democráticos imponen atención personal al electorado por los medios que sean.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 6 de enero de 2012