Cuando hace tres años llegó a la Casa Blanca Michelle Obama contemplaba dos opciones: ser una primera dama con una agenda política, corriendo el riesgo de ser impopular, como le sucedió a Hillary Clinton, o ser una abnegada esposa y madre en segundo plano, como Laura Bush. Michelle, con la carga añadida de ser la primera esposa de un presidente de raza negra, sometida a un mayor escrutinio, se quedó vagando en algún punto intermedio, como una presencia que acabó incomodando a los más estrechos colaboradores de su marido por su independencia. El resultado fue una guerra entre el Ala Oeste, donde se hallan las oficinas de la presidencia, y el Ala Este, centro social donde habitan los Obama. La periodista de The New York Times Jodi Kantor ha revelado esas tensiones en un libro que se publica mañana en Estados Unidos, Los Obama, para cuya elaboración ha entrevistado a más de 30 colaboradores y amigos de la pareja. En él, Michelle aparece como una versión alterada y moderna de Nancy Reagan: alguien obcecada en defender a su marido y su legado, protegiéndolo incluso de sus colaboradores más estrechos.
La primera dama negó que calificara a la casa blanca como un "infierno"
Michelle consideraba que algunos empleados del Ala Oeste se preocupaban demasiado por el Partido Demócrata, por las elecciones legislativas de 2010 y por la reelección de su marido, y no lo suficiente por el compromiso de Barack Obama de transformar la nación. Le desesperaba que los votantes vieran al presidente como un político normal, y no como un líder con capacidad de transformar el país. Criticaba abiertamente a Rahm Emanuel, jefe de Gabinete, y Robert Gibbs, portavoz. Les pedía más ímpetu en la defensa de las reformas sanitaria y migratoria. Finalmente, tanto Emanuel como Gibbs abandonarían el Gobierno, después de algunos enfrentamientos indirectos de gran tensión, que abrieron una verdadera guerra fría en la Casa Blanca. En septiembre de 2010, por ejemplo, Robert Gibbs llegó a insultar a la primera dama ante otros colaboradores (no se revela qué epíteto usó) por un enfrentamiento a raíz de un libro publicado en Francia en el que se decía que Michelle le había dicho a Carla Bruni que vivir en la Casa Blanca era un "infierno" (algo que ambas negaron).
A Michelle se le negó participar en más actos para defender la reforma sanitaria, por miedo a que cayera en el mismo error que Hillary Clinton. Finalmente, quedó relegada, como Laura Bush, a temas secundarios, como luchar contra la obesidad infantil. Por lo que se cuenta en el libro, aquellas rencillas están ya superadas. Michelle ha encontrado un lugar más cómodo en la Casa Blanca, defendiendo sus nuevas causas, como la ampliación de los servicios para las familias militares. Y desde el Ala Este ha comunicado al Ala Oeste que, ante las elecciones de noviembre, está a disposición de su presidente y marido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de enero de 2012