El término privilegio (según el diccionario: "Gracia que se concede a una persona eximiéndole de una carga o gravamen"), en mi opinión, es hermoso desde el punto de vista fonético, pero también encierra, a mi modesto entender y en la práctica, un aspecto peyorativo en lo que tiene que ver con beneficios, ventajas o prebendas, muchas veces atribuidos a personas sin merecimiento justificado. Leo hace unos días en la prensa que Iñaki Urdangarin goza (hasta ahora al menos) del privilegio de eludir las aduanas en cualquiera de sus viajes por el mundo. Mi familia y yo, sin embargo, hace unos días al volver de un viaje que hizo escala en Estados Unidos descubrimos, al abrir nuestro equipaje en casa, con asombro y no sin cierto enojo, una hojita de papel que nos informaba muy amablemente de que una de nuestras maletas había sido abierta, inspeccionada y revisada por las autoridades norteamericanas sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.
Nosotros, pueblo llano, no disfrutamos de los privilegios de los que sí gozan otras personas por el simple hecho de estar vinculados a la nobleza, a la plutocracia o al poder.
Si finalmente Urdangarin fuese imputado, procesado o incluso condenado por las irregularidades económicas que se vienen haciendo públicas en la prensa desde hace semanas, ¿va a disponer Urdangarin de algún privilegio real que le permita eludir en alguna forma su responsabilidad? ¿Se va a beneficiar de fueros que el resto de mortales no goza y que aliviarían una sanción que otro enfrentaría sin paliativos? O, por el contrario, ¿prevalecerá el imperio de la ley que en un Estado de derecho tiene, obligatoriamente, que estar incluso por encima de cualquier estatus regio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de enero de 2012