Ha muerto muy joven aún Miguel García-Posada, uno de los críticos literarios más relevantes, en mi opinión, de las últimas décadas; unido a los diarios Abc y EL PAÍS y fundamentalmente a la obra literaria de Federico García Lorca y Francisco Umbral, entre otros grandes.
Tuve la satisfacción y el lujo de ser alumno y amigo suyo; gracias a él decidí estudiar Filología Hispánica y tuve la ocasión de conocer en profundidad la importantísima literatura española a la que me dedico desde entonces.
Fue un excelente poeta y un fino crítico que supo ver detrás de muchas incipientes obras literarias (Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Andrés Trapiello, Benjamín Prado, Mario Vargas Llosa) a los grandes maestros de nuestras letras, los mejores versos, las mejores novelas... Tuvo, por supuesto, enemigos, como surgen en todos los colectivos formados por seres humanos y por sus emociones. Fue, a su vez, discípulo de Fernando Lázaro Carreter, a quien los filólogos de hoy hemos seguido a pies juntillas.
Recuerdo cómo en las tardes de los viernes en el madrileño instituto Beatriz Galindo y más tarde en el despacho de su casa, en la calle de Lope de Rueda de Madrid, hacia 1996, me hablaba de poesía y de novela, del pasado intelectual y del presente literario, de la narrativa de Europa y de América y de todos aquellos autores que un profesor de Literatura debe conocer.
Sabía guiar a los alumnos del instituto dentro de las procelosas páginas de las obras de muchos buenos autores. Los últimos años, delicado de salud pero intensamente lúcido, los dedicó incansablemente a su propia poesía y a dos excelentes novelas que deja, junto a sus memorias (La Quencia), como legado. Y los miles de artículos profundos y parte de la crítica en los diarios citados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de enero de 2012