Sentado junto a Di Stéfano, Rivaldo, aclamado por el público madridista, contempló desde el palco del Bernabéu la cruda realidad que le espera. Ahí en el campo estaba su nuevo equipo, el Milan, representando una de las contradicciones más tristes en que incurren algunos equipos italianos. Enzarzado en un partido amistoso tan irregular como violento contra el Bayern, el grupo de Berlusconi reflejó la tragedia del calcio: acumuló talento adelante y se pasó todo el partido descargando el balón hacia atrás en una suerte de achique al revés, de búsqueda inversa de los espacios en el propio campo para después rifar un pelotazo a los puntas.
El Bayern se presentó remozado tras los fichajes de primavera, con Ballack intentando hacerse un lugar tímidamente. Jugó mejor el equipo bávaro durante la primera parte, a contracorriente del marcador, abierto por Inzaghi en uno de los contragolpes del Milan. El empate llegó a los pocos minutos tras una trifulca ridícula. En una falta al borde del área de Abbiati, y tras tardar cinco minutos en armar la barrera, el Milan recibió un gol cantado. Tarnat no tuvo más que reventar por el medio, ante la salida inexplicable de los componentes de la barrera para intentar despejar. Quizá los italianos se distrajeron con el pulso que mantuvo Gattuso con el árbitro, Esquinas Torres, que lo amonestó.
De hecho, los grandes protagonistas de la primera parte fueron Gattuso y su némesis alemana, Jeremies. Ambos futbolistas no perdieron ocasión de entrar duro. Pegaron y recibieron a partes iguales y cada vez que puedieron ensuciaron el juego del propio equipo.
La entrada de Clarence Seedorf y su inmediato encuentro con Rui Costa en el centro del campo milanista, en la segunda parte, convirtió al Milan en un equipo decoroso. Pero el gol de Scholl dio la victoria al Bayern.
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