La vida está llena de pájaras. Los seres corrientes tenemos pájaras corrientes. A mi la pájara suele darme sentado, y no precisamente en un sillín de bicicleta sino en silla riñonera de oficina, sin haber gastado una sola caloría, sin haber quemado siquiera el terrón de azúcar del café. A veces la pájara dura días y la sobrellevas como una boina de espinos, como un reuma del alma. Cuando escribes con pájara, dejas que los dedos tecleen tonterías por su cuenta. La última orden que recibieron fue esa, la de escribir, y los dedos pedalean trabajosamente por inercia. Mientras dura el Tour, la pájara anímica desaparece como exorcizada por un conjuro. Creo que la cabeza piensa, con razón, que no tiene derecho a la pereza ni al capricho después de ver resucitar a un ciclista en el calvario de los Alpes con el elixir de unas horas de sueño. La visión del Tour debería ser obligatoria para los niños pijos.-
MÁS INFORMACIÓN
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de julio de 1996