Por fin aparecieron el baloncesto y el talento en la semifinal entre el Real Madrid y el Tau. A la tercera. El duelo entró en una confrontación de virtudes más que de defectos, aunque sin exageraciones. El factor decisivo, sin embargo, fue otro, el orgullo. El carácter ganador del equipo de Scariolo pudo sobre la solidez del Baskonia, que de nuevo jugó por debajo de lo que ha rendido esta temporada. Y tendrá que aplicarse para que la Liga no se le termine esta misma semana. El sábado se libra el cuarto partido de la serie y en él el Madrid tendrá la primera oportunidad para meterse en la final por segundo año consecutivo.
Seguramente ahora mismo el Tau sea mejor equipo que el Madrid, pero ha llegado a la semifinal menos metido en harina. Rinde la mitad de lo que se le observó en la final de la Euroliga. Parece haber perdido serenidad, poderío interior y a sus triplistas. Y sobre todo aquella fuerza mental sobrenatural que le hizo aterrorizar las canchas griegas. Es la psicología que ahora parece tener el Madrid, un equipo limitado sobre todo físicamente, con un juego interior sospechoso y jugadores en aparente baja forma. Pero ante todo con orgullo, mucho orgullo.
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Ese único argumento sostuvo al equipo madridista durante gran parte del choque. Ante todo, es un equipo duro de ganar. Puede sufrir crisis a causa de sus varios lunares en el juego, pero tiene grandeza para levantarse de cada golpe. Si careciera de esa virtud, el Tau le habría liquidado antes del descanso, cuando se colocó con una ventaja de once puntos (37-26). Pero salió a flote. A veces sin brillo, a fuerza de tiros libres, de oficio. Otras con esporádicas gotas de calidad del resurgido Djordjevic y, muy al final, con seis puntos consecutivos de Herreros, de nuevo oscurecido entre el juego físico que domina ahora el baloncesto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de junio de 2001