En el lugar de los hechos, el restaurante de la cadena Sbarro, situado en el cruce de las calles King George y Yafo, en el mismísimo corazón de Jerusalén, se veían escenas de pánico y horror: gente tendida en el suelo en medio de charcos de sangre, densas columnas de humo negro, personas corriendo en todas direcciones...
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"Estaba con mis cuatro hijos pequeños en el restaurante y, en el momento en el que le estaba cortando la pizza a la niña, oímos un ¡bum! y pensé que había explotado la lámpara que colgaba del techo encima de mí, y después sólo vi fuego a mi alrededor, y todo era luz y humo y cristales rotos", contó Anat Amar. Ella resultó ilesa, pero sus cuatro hijos fueron ingresados en un hospital próximo con heridas leves.
Más afortunada fue Deganit Refuá, que se salvó de milagro junto con sus hijos de una muerte segura. Su hija Eden (palabra hebrea que significa paraíso), de cinco años, insistió en subir a la segunda planta del restaurante para ver mejor la calle. "Entramos en Sbarro porque mi hija tenía hambre, y yo quería que nos sentáramos en la planta baja, pero ella insistió en subir a la primera, y de ese modo nos salvó a todos; nada más sentarnos oímos una tremenda explosión y el techo cayó encima de nosotros", relató Refuá llorando. Una familia entera de colonos, los padres y sus tres hijos, murió en la explosión.
El suicida palestino hizo estallar la potente carga explosiva que llevaba encima en cuanto entró en el restaurante, en ese momento lleno de gente, que quedó reducido a escombros. El explosivo incluía clavos como metralla, lo que explica el elevado número de heridos.
"De repente todo voló por los aires, el humo era muy denso; fue terrible ver lo que ocurrió; vimos mucho y duele, y es sumamente duro", relató una dependienta de una tienda de ropa cercana. Dos cunas con manchas de sangre yacían entre escombros, cristales rotos y sillas y mesas tiradas en medio de la calle frente al restaurante. "Hay al menos un bebé muerto", aseguró Henri Bookzam, miembro de los servicios de socorro. Entre los chalecos naranjas de los jóvenes socorristas, una mujer, paralizada por el choque emocional, era evacuada en la misma silla sobre la que estaba sentada mientras comía en la pizzería. La sangre manchaba su pantalón.Para añadir otra nota de confusión, la reivindicación del atentado es doble: los grupos integristas palestinos Yihad Islámica y Hamás se lo atribuyen, y dan dos nombres distindos del militante suicida. Yihad dijo que el mártir era miembro de su brazo armado, Batallones de Al Qods (Jerusalén), y se llamaba Husein Omar Aamcheh, un habitante de 23 años del campo de refugiados Yenín, en Cisjordania. Por su parte, Hamás aseguró que el suicida es Izzedine al Masri, también de 23 años, y difundió una fotografía del supuesto militante.
En cualquier caso, tanto Hamás como el grupo menos numeroso y más extremista Yihad Islámica habían anunciado que cometerían un atentado de grandes proporciones. Los organismos de seguridad israelíes dijeron que en los últimos días tenían informaciones en el sentido de que era inminente y que tendría lugar en Jerusalén.
Los juramentos de venganza se lanzaron después de que el Ejército israelí matara el 31 de julio pasado a ocho palestinos (dos niños y seis adultos) al disparar varios misiles desde un helicóptero contra la sede del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) en la ciudad cisjordana autónoma de Nablús.
Poco después del atentado, Jerusalén se convirtió casi en una ciudad fantasma en la que apenas se veía gente, y lo único que se oía era el ruido de los helicópteros que sobrevolaban la zona del centro. Las calles, así como los restaurantes y cafeterías de moda, habitualmente llenos a la hora de la comida, en particular en verano y en época de vacaciones, estaban desiertas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de agosto de 2001