Como se temía desde hace días, el horror ha vuelto al encuentro de Jerusalén, no sólo destrozando los cuerpos de los clientes de una pizzería, sino también haciendo añicos las predicciones de Sharon, que pensaba que eliminando a los responsables de las organizaciones clandestinas como Hamás o la Yihad Islámica podría hacer disminuir el terrorismo palestino. Según este razonamiento, los terroristas suicidas acabarían por encontrarse aislados. (...) Lo menos que podemos decir es que este plan ha fracasado. Los asesinatos de los cabecillas palestinos presuntamente terroristas no han hecho más que aumentar el número de vocaciones kamikazes. (...)
Las operaciones de represalia que planificaba ayer el Gobierno israelí no serán en ningún caso las que rompan este círculo infernal, ya que Sharon insiste en exigir un alto el fuego total previo a cualquier conversación con la autoridad palestina. En este estadio de descomposición extrema de la situación, difícilmente vemos más que una salida, que pasa por un compromiso mucho más firme que el actual de EE UU.
No es éste el momento de relanzar las negociaciones de paz, sino de reunir un mínimo de calma. Esto supone, por parte de Yasir Arafat, no sólo condenar todo nuevo atentado, sino también ordenar una búsqueda efectiva de sus autores. Sharon, por su lado, deberá convencerse de que la violencia no puede desaparecer en un instante, y que no disminuirá a no ser que acepte cierta vigilancia, que no presión internacional (...).
Jacques Amalric
París, 10 de agosto
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de agosto de 2001