Guiado por una determinación fría, Jesús Ángel García Bragado alcanzó la medalla de plata en los 50 kilómetros marcha. Delante de él, figura ya casi legendaria, aura de invencibilidad, el polaco Robert Korzeniowski, de 33 años. Detrás, los supervivientes de una carrera que, como todas las que se han celebrado en las calles de Edmonton, maratón y demás marchas, fue lenta en apariencia, dura en realidad. Es la segunda medalla en Edmonton del atletismo español que, tras el fracaso de Sevilla 99, ha recuperado la tradición marchadora instaurada en los años 80 por Jordi Llopart y Josep Marín. Sexto fue Valentí Massana, su peor puesto en seis Mundiales, lo que no es moco de pavo, y el joven Mikel Odriozola quedó el 15º. Tenía razón Massana. "Jesús Ángel está muy fuerte", dijo el de Barcelona. "Está para medalla. Tiene que dar el do de pecho".
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Llegado el kilómetro 25, Korzeniowski, o sea, Dios, decidió crearse por fin su segundo oro mundial para su vitrina, que ya exhibe tres olímpicos. Después de haber hecho trabajar duro a su compatriota Tomasz Lipiec para que efectuara la primera selección (sólo una docena de atletas aguantaron) el hombre de los pies más sensibles, el marchador de Cracovia, lanzó su previsible ataque. Le quedaba por delante media carrera, casi dos horas al ritmo machacante de 4 minutos y poco el kilómetro.
García Bragado estaba allí y lo vio. Entendió el significado de la acción. Miró su reloj, comprobó su pulsómetro y le dejó ir. "Intentar coger su ritmo habría sido un suicidio", explicó. Con el polaco que, dice, es capaz de reconocer el tipo de suelo que pisa, distinguir entre el asfalto sueco y el belga, sentir el frescor de una pista forestal, como si sus pies, pese a zapatillas y calcetines, fueran más sensibles que sus manos, se fueron dos temerarios, el letón Fadejevs y el ruso Potemin. "Los que se fueron con él no pudieron aguantar, ya lo sabía", dijo Bragado; "sabía que iban a reventar. Yo he tenido paciencia y sangre fría. Hice lo correcto".
Massana y Odriozola ya no estaban allí. El catalán y el vasco, después de una salida fulgurante, se refugiaron en el pelotón. Massana desesperado, casi con mono por no poder beber su Red Bull, una bebida que no encontró en Edmonton. Castigado también por su resfriado, pero con una ayuda especial: para superar los momentos duros, el barcelonés se encargó unas zapatillas especiales, con dos nombres grabados en las lengüetas del empeine. "Aquí, en el derecho, Harsh, que es hindú y significa felicidad, el nombre de mi hijo, que no llega al año; y aquí en el izquierdo, Àngels, mi hija, de año y medio". Sobre ellos pisó y su recuerdo le alentó. A falta de red bull, se bebió dos coca-colas, lo que produjo un problema de abastecimiento. Mikel Odriozola, que sufrió problemas gástricos y no asimilaba bien el agua, pidió también coca-cola en el puesto de avituallamiento español, que sólo había previsto tres botes. El problema surgió cuando Bragado, que nunca bebe coca-cola en competición porque le da gases, pidió una en el penúltimo paso para el siguiente avituallamiento, que sería en ocho minutos. No quedaba ninguna, pero un miembro del equipo corrió veloz hasta el estadio, y consiguió a tiempo la bebida. Bragado bebió y continuó hacia la plata.
Y mientras Korzenowski, insensible a la presencia del ruso y elletón, se marcaba su ritmo y poco a poco iba quitándose de encima a sus compañeros, Bragado miraba su pulsómetro y controlaba. Esperaba el momento preciso para lanzarse a por Korzeniowski, para conquistar el oro. Convencido de que, pese a todo, el polaco no es invencible.
"Bragado es un corredor técnicamente muy tosco", dice Josep Marín, el técnico nacional de marcha. "Es su mayor limitación". A esa misma conclusión ya había llegado el propio marchador madrileño. Tras Sydney y un decepcionante 12º puesto, Bragado se encontró ante un callejón sin salida. La falta de técnica limitaba su progresión. "Me limita la falta de rotación de la cadera, y eso lo tengo que compensar con la técnica". La pasada primavera, durante cuatro meses, dos días por semana, Bragado acudió al CAR de Sant Cugat, allá donde los biomecánicos. En marcha, la pisada es fundamental, es la señal característica, lo que la distingue de la carrera. Corriendo hay que tener el pie en el suelo el menor tiempo posible, marchando hay que andar siempre con los pies en el suelo. En un tapiz rodante perfeccionó su pisada. También le fabricaron unas plantillas especiales que actúan de guía de la pisada, que le obligan a pisar a la perfección. Cambió también de zapatillas. Pero todavía le queda trabajo por delante. Lo notó en el momento clave de la prueba.
"Korzenowski no es invencible", repitió el madrileño. "Pero es técnicamente muy bueno. Y va muy sobrado. Nadie le pone las cosas difíciles. Yo pensé que podía, pero me falló la técnica". Bragado arrastraba molestias en la pierna derecha, y empezó a marchar mal. "Justo cuando alcancé al letón me dispuse a ir a por Korzeniowski". En efecto, Bragado cazó al letón, miró su reloj, comprobó sus pulsaciones, se supo fresco y se preparó para atacar. "Pero entonces, en esa vuelta, me dieron dos avisos. No fueron amonestaciones de las que suben a la pizarra , pero indicaban que iba a por mí, que a ciertas velocidades me olvido de la técnica".
"Entonces", dice Marín, "fue un pelín conservador". Bragado se olvidó se Korzeniowski. Se fue al centro de la calle y empezó a marchar siguiendo la raya blanca que divide los carriles. "Eso me forzó a marchar recto, a no cometer errores. Si no me avisan, habría cogido a Korzeniowski, y se lo habría puesto difícil". No fue a por él, no lo alcanzó, pero machacó al letón. Terminó segundo, fácil y sobrado de fuerzas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 12 de agosto de 2001