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Reportaje:

Condenados a entenderse en Serbia

No se ve una alternativa a la coalición de gobierno y se impone un matrimonio de razón entre Kostunica y Djindjic

Los gallitos en el ruedo de Belgrado, el presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, y el primer ministro de Serbia, han dejado plumas en la pelea y salen golpeados de la crisis que les ha enfrentado todo este mes. La falta de alternativas políticas viables obliga a los dos contendientes a un nuevo compromiso a corto plazo en un matrimonio de razón ya muy deteriorado. La solución de convocar nuevas elecciones, para dirimir de forma democrática la disputa entre Kostunica y Djindjic, tendrá que esperar hasta la definición de las relaciones entre Serbia y Montenegro y saber si Yugoslavia sobrevive.

El asesinato, el pasado 3 de agosto, de Momir Gavrilovic, ex oficial de los servicios secretos del régimen de Slobodan Milosevic, horas después de su reunión con asesores de Kostunica en la sede del Gobierno federal de Yugoslavia, desencadenó una nueva crisis en Serbia. El Partido Democrático de Serbia (DSS), de Kostunica, salió de la coalición de Gobierno. Una cumbre de la Oposición Democrática de Serbia (DOS), la coalición de 18 partidos, grupos y grupúsculos que derribó a Milosevic, convocada para ayer por la noche, tenía que buscar una solución a lo que cada vez se aproxima más a una situación sin salida.

Los de Kostunica amenazaron en el primer momento de la ruptura, el pasado viernes 17, con la crisis total. Tras acusar al Gobierno de Serbia de no combatir el crimen organizado y de connivencia con elementos mafiosos, el DSS amenazó con todo: moción de censura e incluso nuevas elecciones.

Con la cabeza más fría, Kostunica y los suyos se dieron cuenta de que, para derribar el Gobierno de Serbia, tendrían que aliarse en el Parlamento con lo peor del régimen despótico derribado hace 10 meses: el Partido Socialista de Serbia (SPS), de Milosevic; los del Partido Radical de Serbia (SRS), del ultranacionalista Vojislav Seselj, y los de la Unidad Patriótica de Serbia, el partido fundado por el tristemente célebre Arkan, el paramilitar serbio asesinado en enero de 2000 en un hotel de Belgrado.

Ni siquiera con esta siniestra alianza habría podido Kostunica derribar el Gobierno de Serbia y la DOS, que cuenta con 131 de los 250 diputados. Hasta los mayores zascandiles de la DOS, que gobierna en Serbia y Yugoslavia, han declarado no estar dispuestos a votar una moción de censura contra el Gobierno de Djindjic.

Esto no significa que el pragmático y oportunista primer ministro de Serbia haya ganado la guerra. Como mucho, una batalla. Sobre Djindjic y su Gobierno flota el tufo de la corrupción. Las acusaciones de Kostunica han tocado un punto sensible en un país empobrecido. Hasta ahora los serbios no han palpado las ventajas de la caída del régimen y la entrega del déspota a La Haya. En el horizonte de Serbia se esbozan amenazas de huelgas y desórdenes sociales ante un invierno siempre difícil. La prometida lluvia de ayudas de la comunidad internacional no se advierte por ninguna parte.

Kostunica y los suyos carecen de palancas para derribar el Gobierno de Djindjic, pero han aprovechado esos flancos abiertos para enchufar el ventilador y cubrirlo con toda clase de porquerías. Djindjic acusó a Kostunica y su DSS de denunciar sin pruebas y exige castigo para los que calumnian sin base e incluso ha llegado a afirmar que dimitirá si se demuestra la corrupción de su Gobierno.

Todo indica que la campaña electoral ya está en marcha en Serbia. Kostunica realizó días atrás una gira con carácter simbólico por los mismos lugares donde hace un año inció la campaña para derribar a Milosevic en las elecciones presidenciales de Yugoslavia. Aquellos días Kostunica y Djindjic eran uña y carne. En una perfecta división del trabajo, Djindjic movía los hilos de la organización y Kostunica era el pasquín electoral ideal: serbio nacionalista, honesto y demócrata. Un día después de Kostunica, Djindjic inició su gira particular por la Serbia profunda.

En entrevistas y ruedas de prensa, los dos no cesan de lanzarse dardos envenenados, pero la lucha final parece aplazada. Todavía no es el momento de convocar elecciones. Al menos, hasta no aclarar el futuro de Yugoslavia en su negociación con Montenegro.

Hasta ese día, Kostunica parece dispuesto a representar el papel de opositor dentro de la coalición en el poder. Intenta que no le manche la grasa de decisiones impopulares y fracasos. Tratará de capitalizar el descontento con Djindjic e incluso heredar los votos de Milosevic y construir una plataforma electoral sobre su imagen de serbio nacionalista, demócrata y honesto. Djindjic se encuentra metido en una carrera contra reloj para gobernar Serbia y hacer sentir al pueblo que con la democracia se vive mejor. Si no lo consigue, el futuro de Serbia resulta difícil de prever.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de agosto de 2001