La relación hispano-marroquí se asemeja al mito de Sísifo. Cada vez que la diplomacia española cree estar a punto de marcar un gol, algo le impide rematar la jugada y debe reemprender el camino desde el punto de partida.
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Sucedió, por ejemplo, a principios de septiembre, cuando estaba apalabrada una visita a Madrid del secretario de Estado marroquí, Taieb Fassi-Fihri, para fijar la fecha de la ansiada cumbre bilateral de jefes de Gobierno. Pero este viceministro se puso subitamente enfermo y canceló su visita al escuchar unas palabras del ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, sobre la supuesta connivencia de las fuerzas de seguridad marroquíes con las organizaciones criminales.
Con la llamada, el sábado, a consultas del embajador en Madrid, Abdesalam Baraka, ha vuelto a suceder lo mismo aunque esta vez por motivos aún no aclarados. La decisión de Rabat pone de nuevo en peligro la cita, para finales de diciembre, de Abderramán Yussufi con José María Aznar.
Los Gobiernos del Partido Popular no han mantenido con Rabat la relación relativamente sosegada que, aunque con altibajos, lograron desarrollar durante la pasada década los Ejecutivos socialistas.
Abel Matutes, el primer ministro de Exteriores de Aznar, apenas visitó Marruecos. Su sucesor sí le ha dedicado más atención, pero "no ha logrado suplir la falta de química" entre el presidente del Gobierno y la mayoría de sus interlocutores marroquíes", explica un diplomático.
Aznar desencadenó las hostilidades con Marruecos declarando, a finales de abril, que el fracaso de la negociación pesquera tendría "consecuencias" sobre la relación bilateral.
El rey Mohamed VI debió pensar que España se iba a "vengar" entorpeciendo la Operación paso del Estrecho que facilita en verano el tránsito de los emigrantes marroquíes en Europa que regresan de vacaciones a su país. Envió precipitadamente a Madrid a sus ministros de Exteriores, Mohamed Benaissa, y de Interior, Ahmed Midaui, para pedir a sus interlocutores que no dificultasen la operación.
Josep Piqué y Mariano Rajoy les contestaron que no tenían nada que temer pero que para reconducir la relación era necesario que Rabat hiciese esfuerzos para controlar la emigración irregular y la exportación de hachís a Europa.
Para España la pesca era ya un asunto olvidado con Marruecos, pero no así con la Unión Europea de la que esparaba obtener cuantiosas ayudas para la reconversión de la flota artesanal.
Marruecos no hizo los gestos esperados sino todo lo contrario, pese a que a finales de julio Madrid y Rabat suscribieron un convenio laboral que no satisfacía por completo a las autoridades españolas. Hubiesen preferido firmar un acuerdo más amplio en el que Rabat se comprometiese a controlar sus flujos migratorios.
A lo largo del verano el número de inmigrantes irregulares detenidos en aguas o playas de Andalucía aumentó hasta batir nuevos records. Sólo en un fin de semana de finales de agosto fueron apresados 800 inmigrantes.
"Estamos ante una situación que no es sostenible", declaró Piqué antes de convocar, el 21 de agosto, al embajador de Marruecos en España para llamarle la atención. "Hay que hacer ver [a Rabat] la responsabilidad que tiene", añadía Rajoy.
Diez días después fue Mohamed VI quien en persona echó leña al fuego al declarar al diario parisino Le Figaro que las mafias españolas eran más poderosas que las marroquíes y que su país carecía de medios para atajar el problema.
El toque de atención de Piqué no surtió efecto pero, curiosamente, la situación experimentó una mejora después de que el 11 de septiembre se produjesen los atentados Nueva York y Washington.
Tres días después el número de pateras que cruzaban el Estrecho empezó a disminuir -no así las que navegan del Sáhara a Canarias- sin que se hayan explicado del todo las causas de esa caída de la emigración.
Para algunos responsables españoles, Rabat adoptaba por fin una actitud responsable ante la crisis internacional que se avecinaba y cortaba el tráfico. Quedaba así demostrado que abría o cerraba a su antojo el grifo de la emigración.
Para otras fuentes, algunas de ellas marroquíes, la ira antiislámica que recorre Occidente desde esa fecha disuadió a muchos musulmanes de intentar entrar clandestinamente en países como España en los que prevalecía un ambiente nada acogedor.
Este declive de la inmigración, junto con las dos visitas de Piqué este otoño a Marruecos, allanaba aparentemente el camino para que Madrid y Rabat llegasen, por lo menos, a una componenda que aparentase ser una reconciliación. Con la llamada a consultas del embajador esta esperanza se desvanece.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de octubre de 2001