El presidente del Gobierno, José María Aznar, habló ayer por teléfono con su homólogo marroquí, Abderramán Yussufi. La víspera, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, conversó también con el jefe de la diplomacia de Marruecos, Mohamed Benaissa. Ninguna de las dos conversaciones permitió aclarar los motivos que inspiraron el sábado la más drástica medida diplomática de Marruecos con España: la llamada a consultas de su embajador en Madrid, Abdesalam Baraka. "España no ha hecho nada mal" con relación a Marruecos, repetía desconcertado el ministro Josep Piqué.
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El ministro reconoció ante los periodistas que las informaciones sobre el origen del conflicto diplomático que obraban en su poder son las mismas que airean los periódicos: el despecho marroquí ante los simulacros de referéndum sobre el futuro del Sáhara organizados en las capitales andaluzas; el supuesto descontento con la posición española en la ONU sobre esa antigua colonia; el disgusto por un despacho de la agencia Efe sobre los problema judiciales de una revista de Rabat, etcétera.
"España tiene la misma actitud sobre el Sáhara desde hace muchos años", se justificaba Piqué, "y va a seguir respetando escrupulosamente las resoluciones de la ONU, incluido el plan Baker", que consiste en estudiar la posibilidad de conceder al Sáhara una autonomía en el marco del Reino de Marruecos.
Pero tanto la secretaria de política internacional del PSOE, Trinidad Jiménez, como el Frente Polisario ven en la postura sobre el Sáhara el motivo del incidente. La Federación de Asociaciones pro Sáhara va más allá e interpreta la llamada a consultas del embajador como un intento de "encubrir" la primera visita de Mohamed VI a ese territorio que hoy inicia molesto, en general, por los avatares de la relación con España, pero sin que se hubiese añadido queja alguna de última hora.
Aznar rehusó especular sobre las causas del enfado de Rabat. "Si hay motivos", declaró durante una rueda de prensa con el presidente de Bolivia, Jorge Quiroga, "solamente puede hablar de ellos el Gobierno de Marruecos". "Yo no puedo explicar motivos ajenos", se excusó.
Tanto el presidente como sus ministros se esforzaron, no obstante, en quitar hierro a la medida tomada por Rabat y mantuvieron una mano tendida hacia el vecino del sur. Tras expresar su confianza en que la ausencia del embajador marroquí en Madrid sea "lo más breve posible", Aznar aseguró que seguirá trabajando "con toda intensidad y dedicación, con el carácter que siempre" ha dado España, "muy privilegiada, a la relación con Marruecos".
Decisión real
Si el primer ministro marroquí no proporcionó ayer ninguna explicación concreta a Aznar -sólo formuló algunas quejas vagas y también buenas palabras- es, probablemente, porque no estaba en condiciones de hacerlo, asegura una fuente diplomática. La decisión adoptada el sábado le transciende porque ha sido presumiblemente adoptada al máximo nivel, por el propio rey, que es quien nombra al ministro de Exteriores. De ahí la dificultad de las autoridades marroquíes para aclarar las razones de una decisión real.
Carente también de información, la prensa marroquí de ayer especulaba sobre las razones de Rabat. El diario Le Matin, cercano al palacio real, invitaba a España a "reexaminar su postura" de rechazo a un diálogo sobre Ceuta y Melilla. El independiente Assabah aseguraba que Marruecos "padece en España una campaña mediática de denigración que afecta incluso a sus sagradas instituciones"; es decir, a la Monarquía.
La diplomacia española sospecha que durante su gira por la ex colonia el soberano la explicará en uno de sus discursos o, por lo menos, hará alusiones al último encontronazo con España. De las conversaciones mantenidas con sus homólogos marroquíes los dirigentes españoles han sacado la impresión de que, pese a los reproches, tienden a considerar excesiva la retirada del embajador.
No lo dicen abiertamente, pero dan a entender que este desencuentro debe ser superado rápidamente y Madrid y Rabat deben regresar a la senda del diálogo, señala la misma fuente. Los marroquíes insisten en la necesidad de una cumbre entre los jefes de Gobierno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de octubre de 2001