Figo cerró con la fe del converso la victoria del Madrid frente a su viejo equipo, que salió del partido con el prestigio indemne, al menos por lo que se refiere a su capacidad para protagonizar el juego. En eso superó al Madrid, casi siempre expuesto al plan del Barça, cuya carencia principal estuvo en el remate.
REAL MADRID 2| BARCELONA 0
Real Madrid: Casillas, Michel Salgado, Fernando Hierro, Pavón, Raúl Bravo; Figo, Makelele, Zidane, McManaman; Raúl y Morientes (Iván Helguera, m. 63). Barcelona: Bonano; Puyol, Christanval (Saviola, m. 76), De Boer, Coco; Gabri, Xavi, Cocu (Gerard, m. 82); Kluivert; Rivaldo y Overmars (Rochemback, m. 67). Goles: 1-0. M. 24. Zidane abre a la banda izquierda para McManaman, que envía al segundo palo, donde Raúl cabecea hacia el centro y la pelota, tras dar en la espalda de De Boer, lo empuja Morientes también de cabeza. 2-0. M. 92. Zidane cambia el ritmo de una jugada devolviendo a Makelele, que centra desde la derecha del área sobre Raúl, éste deja pasar el balón para Figo, que marca. Árbitro: Puentes. Amonestó a Míchel Salgado, Coco, Rochemback, Cocu y McManaman. Lleno en el Santiago Bernabéu, unos 78.000 espectadores.
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O mejor, en su falta de remate: Casillas sólo estuvo a prueba en dos acciones. En la primera detuvo un tiro inteligente de Kluivert y en la segunda salvó el resultado con un rechace felino a un cabezazo de Gabri, que llegó como un tren. Fuera de esas jugadas, al Barça le faltó presencia en el área, donde Hierro y Pavón coronaron una actuación sensacional. Hierro por poderío y sabiduría; Pavón por su capacidad para leer y anticiparse de forma discreta, sin ruido, pero con una categoría que definitivamente le convierten en titular del Madrid.
No hubo novedades en las alineaciones, ni en el proyecto de partido que se presumía. Rexach eliminó a Saviola y colocó dos extremos, uno puro -Overmars- y el otro circunstancial. Éste fue Rivaldo, volcado sobre la derecha para abrir el campo, aprovechar la salida natural a su remate con la zurda y tantear el ánimo y las cualidades del joven Raúl Bravo. Con algún sufrimiento inicial, el lateral se sobrepuso a la tensión y dio una buena nota en un duelo muy complicado frente al brasileño. Por el otro lado, Overmars amagó pero no dio. Tuvo varias veces contra las cuerdas a Salgado, sin que ocurriera nada importante en varios mano a mano. En este sentido, la defensa del Madrid, tantas veces criticada, cumplió por encima de las expectativas. Apenas concedió ocasiones al Barça. Nadie falló en la retaguardia madridista y por ahí se edificó gran parte de la victoria.
El Madrid aceptó, porque no tuvo otro remedio o porque le convenía, el protagonismo del Barça en el primer tiempo. Jugó con abnegación y confió en la destreza de sus estrellas, pero nunca dispuso del balón. Pasó la mayor parte del tiempo atrincherado a la caza de algún contragolpe. Si era por la ruta de Figo, mucho mejor. Quedó muy claro que Figo no era el jugador acomplejado de los dos duelos anteriores con el Barça. Liberado de algún tipo de culpa, su insistencia fue tan visible como su falta de éxito ante Coco. Muy a última hora, Figo comenzó a producir de verdad. Eso ocurrió tras el cambio de Morientes por Helguera, decisión perfecta del técnico madridista a pesar del mensaje equívoco que se enviaba. La sustitución de un delantero por un centrocampista siempre levanta sospechas en el Madrid, pero con la entrada de Helguera el panorama fue diferente. El centro del campo cobró cuerpo y el equipo no perdió llegada. En tres ocasiones estuvo en situación de gol Helguera, creando problemas al Barça, que por primera vez tuvo que renunciar a la creación para ocuparse de la desagradable tarea de tapar el ataque del Madrid. Y también significó una liberación para Figo, ahora por todo el frente de ataque, y de Zidane, que empezaba a angustiarse por falta de compañía en el medio.
Antes de dominar el tramo final, el Madrid defendió el gol de Morientes con un buen orden defensivo y escaso juego de ataque. La jugada tuvo un carácter aislado porque el Madrid le costaba un mundo progresar. El mérito hay que atribuírselo a Zidane, autor de un pase excepcional a McManaman, que por fin logró enviar un centro decente. Raúl lo cabeceó en el segundo palo y Morientes lo convirtió en la raya de gol. Apenas dio más noticias el Madrid en el área de Bonano. Se sentía dominado y no encontraba la manera de encontrar una respuesta al Barça, cuyo ejercicio pecó de un exceso de academicismo. A Xavi le perdió su inexpresividad: buscaba y encontraba, pero no lograba acelerar el paso de su equipo. Finalmente al Barça le salió una línea plana: estaba en el Bernabéu, manejaba con autoridad en el campo del Madrid y no ocurría nada.
Rexach vio algo de esto en el segundo tiempo, más equilibrado en todo. El Madrid comenzó a defenderse cerca del área contraria. Presionó a los defensas del Barça y por ahí se alcanzó el éxito: la pelota salió menos limpia, la desconexión entre las líneas azulgrana se hizo evidente y los delanteros desaparecieron de escena. El partido se volvió tan intenso como trabado.Rexach decidió cambiar de política. Retiró a Overmars y colocó a Rochemback junto a Cocú, Gabri y Xavi. Si había que ir a la guerra, mejor con el rocoso brasileño. En esos instantes se vio un encuentro de ida y vuelta que el Barça pudo empatar con el remate de Kluivert y el cabezazo de Gabri. Allí se apagaron las luces del Barça y comenzó la crecida del Madrid. Hubo un par de avisos que se concretaron en la hermosa jugada final: Raúl recogió el balón en el medio campo, abrió hacia la derecha para Makelele, que se giró y retrasó a Zidane, atento para devolver la pelota a Makelele, cuyo pase fue interpretado perfectamente por Raúl. Hizo dos cosas más que inteligentes, porque dejó pasar la pelota y porque sabía que por detrás llegaba Figo para su revancha particular. El gol del converso. Un gol cargado de simbolismo, y eso a Raúl no se le escapó. Un gran gol, por otra parte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 5 de noviembre de 2001