Balbucea cuando le preguntan por Berlusconi: "Mire, no, bueno, él no merece... En fin, que no voy a hablar de cosas serias basándome en Berlusconi", dice. Sin embargo, se expresa perfectamente para conversar sobre Chopin, y defiende con gallardía a Karlheinz Stockhausen, pese a los excesos verbales que éste ha tenido sobre los atentados del 11 de septiembre. Pero Maurizio Pollini (Milán, 1942), sobre todo, se expresa claro sobre las teclas del piano. Lo ha hecho el pasado día 1 y ayer en Madrid, y volverá a hacerlo mañana en el Palau de la Música de Barcelona.
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Un chorro pesado de aire acondicionado le obligó a parar su primer recital en Madrid, el pasado jueves. No fueron las toses. Brahms dejó de sonar de repente: hasta que regularon la temperatura. "Es una anécdota sin importancia", comenta Pollini. Tiene el andar cadencioso, y fuma cigarrillos sin filtro, uno tras otro. Conjuga su trabajo de giras con placeres vitales. Pasea por ciudades históricas y visita museos asiduamente, sin atragantarse con recorridos imposibles. En Madrid, se aloja en un hotel al que sólo separa una calle de la entrada de El Prado. "No sé si estar en contacto con la cultura es fundamental para las interpretaciones, yo no siento esa influencia directa, pero para mí como persona es fundamental", asegura.
Se siente incómodo hablando de política. Pero ha sido un activista que llevaba la música a los suburbios de Italia junto a Claudio Abbado, en los años sesenta. "La cultura y la música deben ser patrimonio de todos, y las necesidades hoy son las mismas. Creo que pocas cosas han cambiado en ese sentido". Quiere ser humilde. No es amigo de sentar cátedra ni de discursos deslumbrantes. Lo suyo es, ante todo, el piano, y para muchos es hoy el número uno.
Pero no puede evitar entrar al trapo si se le pregunta sobre Silvio Berlusconi, primer ministro de su país. "Italia siempre da la nota. Es muy descorazonador y desilusionante lo que está pasando con este Gobierno, es espantoso y empeora día a día", dice. "La corrupción no es de derechas ni de izquierdas, sencillamente es intolerable".
Pollini desprecia el discurso del político italiano sobre el choque de civilizaciones. "Lo que está pasando es algo muy serio. He estado últimamente en Estados Unidos y siento gran solidaridad con el pueblo americano. Dicho esto, creo que existe una sombra inquietante sobre el objetivo del terrorismo. Creo que pueden utilizar la guerra para extender su fundamentalismo a otros países. La guerra puede convertirse en una trampa".
Cambio inevitable
Sobre la música, Pollini no se atreve a pronosticar en qué sentido cambiará la creación o la interpretación tras el 11 de septiembre. "Cambiará todo. Es algo inevitable. Los grandes acontecimientos transforman las artes. Será una transformación inmediata, y tocará algo muy íntimo en cada uno de nosotros". Pero quiere salvar a su amigo Stockhausen, que está sobre una pira después de que se publicara que había declarado que el atentado de las Torres Gemelas fue una obra de arte perfecta. "Primero, nunca creo en lo que aparece en los periódicos. Segundo, Stockhausen representa uno de los grandes valores de la cultura contemporánea. Sus obras tienen ya dimensión histórica desde hace 40 años. Eso es indiscutible".
Stockhausen forma parte de su repertorio pianístico estos días en España, como Webern, o como Brahms y Beethoven, a quien Pollini, de alguna forma, ha reinventado para el piano. O Chopin, sobre el que sienta cátedra y que junto a Liszt forma el programa del concierto que anoche tocó en Madrid y que ofrecerá mañana en Barcelona. "Chopin es parte de un tronco musical sobre el que no hay discusiones. Es fundamental, tanto en su relación con el pasado como con el futuro. Sus Preludios entroncan con Bach y al mismo tiempo influyen en compositores posteriores porque logran una extraordinaria concentración de notas en los pentagramas que expresan cosas intensísimas, muy fuertes".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 7 de noviembre de 2001