El viaje del presidente Pervez Musharraf a Nueva York es una prueba de la rehabilitación internacional de Pakistán y de su confianza en la situación interna. Aunque su Gobierno prosigue el pulso con los extremistas islámicos, las protestas no han alcanzado niveles preocupantes. Y, pese a ese riesgo, su decisión de alinearse con EE UU tras el 11 de septiembre ha transformado a Pakistán de país paria en valioso aliado de Occidente. Musharraf cenó anoche con el presidente francés, Jacques Chirac, y hoy se entrevista en Londres con Tony Blair.
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"Pakistán es un país musulmán muy moderado", declaró Musharraf durante una escala técnica en Estambul tras negar las insinuaciones de que la oposición a los bombardeos de los paquistaníes ponga en peligro a su Gobierno. El presidente paquistaní volvió a repetir que los extremistas son una pequeña proporción en su país, algo que parece avalado por el hecho de que, tras un mes de bombardeos, no hayan logrado movilizar a más de unas decenas de miles de personas en todo el país. También reiteró Musharraf su deseo de que EE UU interrumpa la campaña militar durante el Ramadán, algo que algunos analistas paquistaníes consideran imprescindible para su supervivencia política.
Musharraf, que viaja a Nueva York para intervenir ante la Asamblea General de la ONU, ha logrado, sin embargo, con su actitud el levantamiento de las sanciones económicas a su país y promesas de perdón de la deuda de varios de sus acreedores. La sola decisión de emprender un periplo de seis días fuera de Pakistán envía un mensaje de normalidad. Se trata de su ausencia más prolongada desde que se hizo con el poder en un golpe de Estado hace dos años. En ausencia de vicepresidente, ocupa su cargo en funciones el magistrado jefe del Tribunal Supremo, como cuando visitó India en julio.
El "presidente-soldado", como le llama la prensa paquistaní, ha planeado una agenda apretada. No sólo está aprovechando el viaje de ida para entrevistarse con el presidente francés, Jacques Chirac, y el primer ministro británico, Tony Blair, sino que sus escalas técnicas tienen alto contenido político. Aunque tiene previsto verse con el presidente iraní, Mohamed Jatamí, en Nueva York, su parada de dos horas ayer en Teherán envió un claro signo de su disposición a superar las diferencias con ese vecino respecto al futuro de Afganistán.
Irán ha sido muy crítico con el apoyo paquistaní a la campaña militar estadounidense, a pesar de sus rivalidades ideológicas y políticas con ese régimen. Además, las autoridades iraníes también ven con recelos el apoyo de Pakistán al proceso de Roma, el plan para colocar al exiliado rey afgano Mohamed Zahir Shah al frente de la transición política postalibán. Pero los esfuerzos diplomáticos llevados a cabo en los últimos días por el enviado especial de la ONU, Lakhdar Brahimi, parecen haber allanado esas diferencias. Ayer, la entrevista de Musharraf con el vicepresidente iraní, Mohamed Reza Aref, concluyó con un llamamiento a "adoptar medidas conjuntas en la crisis afgana". Chirac y Musharraf abogaron ayer al unísono por una solución política a la crisis que pase por un gobierno de transición y por la creación urgente de una conferencia internacional humanitaria para socorrer a la población afgana.
Entretanto, los bombardeos sobre Afganistán siguen despertando las iras de los islamistas paquistaníes, que han convocado para mañana una jornada de desobediencia civil. A pesar de que el Gobierno insiste en que las protestas no amenazan la estabilidad del país, no ha dejado de tomar medidas para evitar que la situación se desborde. Ayer se conoció la detención de Qazi Hussain Ahmed, líder de Jamiat Islami, el partido que encabeza la contestación islamista. Ahmed se encontraba en arresto domiciliario desde el domingo, acusado de sedición. Pero había evitado la restricción dirigiéndose a las manifestaciones por teléfono.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de noviembre de 2001