Milena Owens vio desde la ventana de su casa el avión que se estrellaba contra el barrio y sólo tuvo un pensamiento: "¡No, otra vez no!". Lo mismo pensó Rudy Giuliani, el alcalde. Nueva York sufrió ayer de nuevo su peor pesadilla. Un Airbus A-300 de American Airlines que había despegado cuatro minutos antes del aeropuerto JFK con 260 personas a bordo se desplomó a las 9.17 sobre una zona residencial del barrio de Queens. Todos los pasajeros, 251 -entre ellos cinco bebés-, y tripulantes -nueve- murieron. Al menos ocho vecinos de Queens se daban anoche por desaparecidos. El desastre hizo pensar que se repetían los atentados masivos del 11 de septiembre, pero los primeros resultados de las investigaciones indicaban que se trató de un accidente por un fallo mecánico.
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Ningún día es normal en Nueva York. La de ayer, sin embargo, era una jornada especialísima. Era fiesta, el Día de los Veteranos de Guerra; habían pasado dos meses y un día desde que un grupo terrorista secuestró cuatro aviones y asesinó a casi 5.000 personas; y la ONU celebraba al fin su Asamblea General, prevista para septiembre y aplazada por los atentados, con el problema del terrorismo como cuestión central de los debates.
Las medidas de seguridad eran extremas. Poco después de las 9,30 de la mañana, la noticia de la catástrofe heló el ánimo de una ciudad que no sabe ya qué más esperar. El vuelo American Airlines 587, con destino a Santo Domingo, había despegado a las 9,13, con casi media hora de retraso. El cielo estaba diáfano y la torre de control no registró ninguna señal de alarma procedente de los pilotos. Sólo cuatro minutos después, a las 9,17, el fuselaje del avión cayó en picado sobre una tranquila zona de Queens, el mayor barrio de Nueva York.
El Airbus había comenzado a desintegrarse en el aire: un ala fue encontrada en el mar y uno de los dos motores se desplomó sobre una gasolinera, cuyos empleados consiguieron apagar el incendio con sus extintores antes de que se extendiera a los depósitos de combustible. Otras piezas del avión quedaron desperdigadas por el barrio y causaron pequeños fuegos. Cuatro casas de poca altura resultaron totalmente destruidas y otras 12 sufrieron daños. Entre las ruinas de las viviendas hay al menos ocho víctimas locales, según Giuliani, quien elevó el número de víctimas en el avión de 246 a 251 tras saber que cinco bebés viajaban sobre el regazo de sus padres.
El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, había estado en Nueva York hasta la víspera. Ayer, ya de vuelta a Washington, celebraba una reunión con mandos del Pentágono y su gabinete de guerra para evaluar la situación en Afganistán cuando, a las 9,25, un capitán del Centro de Emergencias de la Casa Blanca le pasó una nota con las primeras informaciones. En ese mismo momento, una escuadrilla de cazabombarderos sobrevolaba ya Queens, en previsión de que se tratara de un atentado y hubiera otros aviones en peligro.
Bush ordenó a Tom Ridge, el zar de la seguridad nombrado tras el 11 de septiembre, que tomara el control de la situación. "Nueva York es una ciudad capaz de resistirlo todo", dijo Bush horas más tarde. En la sede de las Naciones Unidas, sobre la ribera oriental de Manhattan y justo frente a Brooklyn y Queens, se aplicaron las medidas de emergencia máxima en cuanto se conocieron los hechos. Nadie había olvidado las amenazas proferidas contra la organización terrorista internacional de Osama Bin Laden, quien, en un mensaje hecho público la semana pasada, calificó a la ONU de "organización criminal".
La sede quedó totalmente cerrada; algunas personalidades, como los ministros de Asuntos Exteriores de Francia y Pakistán, tuvieron que permanecer en la calle. Los altavoces del edificio dieron escuetamente la noticia e hicieron saber a los miles de personas que ocupaban salas y pasillos que "por el momento" no se ordenaba la evacuación.
En los subterráneos del edificio, el secretario de Estado, Colin Powell, permanecía reunido con representantes de los seis países fronterizos con Afganistán para buscar un gobierno alternativo a los talibanes. Bush y Ridge, en la Casa Blanca, consideraron la posibilidad de cerrar todos los aeropuertos del país. Como no parecía que hubiera otros vuelos en peligro, optaron por limitar el cierre a los cuatro aeropuertos neoyorquinos: Kennedy, Laguardia, Newark y Westchester.
Poco después del mediodía, los aeropuertos se reabrieron para aterrizajes. Por la tarde quedaron desbloqueados los puentes y túneles de Manhattan, cerrados a las 10 de la mañana. "Los servicios de inteligencia no han recibido ninguna señal que pueda relacionarse con un atentado", informó el portavoz presidencial, Ari Fleischer.
"Este es un día increíblemente triste. No tenemos aún ninguna idea sobre las causas de la catástrofe, pero ha ocurrido en el peor momento para los Estados Unidos y para las líneas aéreas", comentó Donald Corty, presidente de American Airlines.
'¡Oh no, Dios mío, otra vez no!'
La noticia tuvo un efecto devastador en Wall Street. Las bolsas se desplomaron y a las 11.30, dos horas después del desastre, el Dow Jones había caído 196 puntos; más tarde, cuando perdió fuerza la hipótesis del atentado, los índices se recuperaron, pero las compañías aéreas se mantuvieron bajo mínimos. 'Éste es un día increíblemente triste. No tenemos aún ninguna idea sobre las causas de la catástrofe, pero ha ocurrido en el peor momento para Estados Unidos y para las líneas aéreas', comentó Donald Corty, presidente de American Airlines. El alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, volvió a vestir una gorra y un chaquetón de la policía, y por enésima vez embarcó en un helicóptero para sobrevolar el escenario de una tragedia. '¿Lo primero que he pensado? Oh, no, Dios mío, no otra vez', explicó tras el vuelo de inspección. 'Ahora debemos dar tiempo a que se examinen las cajas negras y tengamos una idea aproximada de qué puede haber ocurrido; no caigamos en conclusiones precipitadas', dijo. Marion Blakey, presidenta del Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte, el organismo que dirige la investigación, anunció que coordinaba su trabajo con el FBI, pero se inclinaba por la hipótesis de un accidente, y no un atentado.
La voz del alcalde serena a la ciudad
Nueva York ya tiene un nuevo alcalde. Se llama Michael Bloomberg, es multimillonario y propietario de una agencia informativa, y asumirá el cargo en enero próximo. Pero ayer no hubo en Nueva York otra figura que la de Rudy Giuliani, alcalde saliente y héroe del 11 de septiembre.
Cuando nadie se había atrevido aún a hablar sobre la tragedia de Queens y planeaba sobre todas las mentes la sombra del atentado, Giuliani estaba ya pisando las calles del barrio, sobrevolando la zona en helicóptero y tratando de tranquilizar a la población. La suya fue la primera voz que escucharon los neoyorquinos y todos los estadounidenses, y bastó oírle, y verle de nuevo enfundado en el azul policial de los momentos terribles, para que una ciudad en plena ansiedad recuperara la respiración. "¿Un atentado? No lo sé. ¿Supervivientes? No lo sé". Giuliani no temió reconocer su ignorancia inicial. Hacía falta que alguien apareciera ante las cámaras y, como dos meses atrás, fue él quien asumió la tarea. Rudy Giuliani no se ha tomado un día libre desde el 11 de septiembre y sufre un cáncer de próstata con un tratamiento agotador.
Nada de eso se notaba ayer. Se puso en contacto con familias dominicanas, coordinó a los bomberos y la policía y tuvo siempre tiempo para la prensa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de noviembre de 2001