Provocar un estado de ánimo en el espectador. Éste es el propósito de Nómadas, la ópera prima de Gonzalo López-Gallego (Madrid, 1973), que, según él, carga el peso narrativo de la cinta "en la interpretación de los actores, el sonido, la fotografía y el montaje, más que en un guión literario cerrado".
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Sara (Diana Lázaro) y Álex (Manuel S. Ramos) son los protagonistas de una historia onírica en la que, afirma López-Gallego, se mezclan "los sueños, las ilusiones, la soledad y el amor a través de una textura irreal". El resultado, un largometraje recibido con aplausos por la crítica, que le ha galardonado, entre otros, con el premio a la mejor película extranjera en el Festival Internacional de Cine Independiente de Nueva York, y el premio especial del jurado y de fotografía en Málaga.
Digerir una película como Nómadas, en la que los diálogos no superan los quince minutos -de una duración total de hora y media-, parece a priori difícil, por lo que el director advierte que gusta a "quienes aman mucho el cine, a los que no tienen prejuicios cuando hay que dejarse llevar por los sentimientos". Como ejemplo, recordó la anécdota de una señora que en el Festival de Montreal -donde concursó en la sección oficial- se salió a los 80 minutos de proyección y se acercó "para darme las gracias y explicarme temblorosa que la historia le estaba impactando tanto que no lo había podido resistir".
Para rodar esta película asfixiante, fría, austera y gris, López-Gallego se recluyó con el reparto -Palazón, Ramos y los secundarios Pablo Menasanch y Pedro Rojas- y el director de fotografía, José David Montero, en un pueblo abandonado. Allí los seis rodaron un cortometraje que les sirvió para "saber lo que queríamos contar y, ya sabiéndolo, en la película poder transmitir las emociones casi sólo con imágenes". Y así ha sido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001