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Crítica:

Férreo ejercicio autoral

Conviene comenzar por una advertencia: frente a un filme como Nómadas, tan poco estereotipado y a contramano respecto de las tendencias dominantes, es preciso una actitud no habitual. Otra advertencia: es inútil buscar en este filme, estilizado casi hasta el manierismo, dejarse llevar por el realismo, por la tentación de establecer la casuística rutinaria -lo que el espectador pide a cualquier ficción comercial: un planteamiento, un nudo, un desenlace; una identificación primaria, una empatía con los personajes-, toda vez que es justamente de estas cosas de lo que el filme huye, y sin rodeos.

NÓMADAS

Director: Gonzalo López-Gallego. Intérpretes: Diana Lázaro, Manuel Sánchez Ramos, Pablo Menasanch, Pedro Rojas. Género: drama, España, 2001. Duración: 90 minutos.

¿Qué es, pues, Nómadas, primer largometraje del joven Gonzalo López-Gallego, ganador del premio a la mejor dirección en Málaga 2001? Pues es varias cosas: ante todo, un ejercicio riguroso de puesta en escena, de una coherencia irreductible, casi suicida; tanto como para resultar, a pesar de las carencias dramatúrgicas que el filme exhibe sin complejos, perfectamente defendible. Y luego, también, una declaración casi abstracta, pero no menos efectiva, contra la violencia.

Silencio

Ambientada en cualquier parte, con sólo cuatro personajes que visten con despersonalizado uniformismo; que se mueven en escenarios despojados hasta la miseria, con muy pocos diálogos (se trata también de eso: en un mundo despersonalizado el lenguaje está casi en vías de extinción; el primer sonido emitido por garganta humana se produce en el minuto 35, por ejemplo; y no se habla mucho después), el filme propone un universo de hipnótica, atroz belleza, en el que los códigos de relación se basan siempre en el hieratismo y en la violencia.

Pero, por fortuna, y he aquí la coherencia, no hay espectáculo en la violencia: incluso en una secuencia, una violación, la mano de la protagonista tapa el objetivo de la cámara, para no hacer del horror pasto del placer espectatorial. Es un poco estirada, no está hecha para públicos complacientes; pero en ella encontrará acomodo todo espectador amante del cine sin complejos, sin recetas, hecho a corazón abierto: un cine ferozmente autoral como hacía tiempo no veíamos en una ópera prima.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de noviembre de 2001