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Raúl, Raúl, Raúl

Raúl, Raúl, Raúl. Lo, lo, lo. Raúl, Raúl, Raúl. La tradicionalmente recatada afición madridista se soltó ayer el pelo con su hijo predilecto, Raúl, y canturreó su nombre entusiasmada. Un Raúl por cada gol anotado. Incluso, cuando el siete de las piernas arqueadas fue sustituido en el último minuto del encuentro, para ganar tiempo, el Bernabéu se levanto de sus asientos en actitud reverencial para aplaudirle de pie cerca de un minuto. No era para menos. "Raúl ha estado fenomenal ahí arriba", casi exclamaba Casillas, el portero madridista, que vio una tarjeta roja cuando quedaba muy poco para que el partido concluyera y que reconoció que su explusión "fue justa". Un partido ingrato ante un equipo sin glamour y habitante del sótano de Segunda, una noche fría y la inesperada tarea de remontar por dos veces la ventaja del Nàstic, parecían demasiados inconvenientes para que una plantilla acostumbrada a la moqueta se decidiese por bajar al suelo. "Un partido difícil de jugar con intensidad", reconoció Del Bosque. Pero apareció Raúl, hipermotivado, metido hasta el subsuelo del partido, corriendo, pidiendo la pelota, cayendo al césped y levantándose con rabia para no perder tiempo...

Y es que al delantero, segundo tras Owen en el Balón de Oro, no le gusta perder el tiempo. A los cinco minutos del comienzo del choque ya había cabeceado un centro de Zidane para marcar su primer gol. Después metería dos más. Uno, el tercero del Madrid, de pillo, del chico listo del barrio, al recoger un mal centro de un defensor del Nàstic. Y otro, el cuarto, fusilando desde cerca y apuntalando la victoria madridista. Pudieron ser más.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de diciembre de 2001