Al menos 45 presos murieron ayer a manos de sus propios compañeros en un motín desatado en el atestado presidio de Urso Branco, en la ciudad de Porto Velho, capital del estado brasileño de Rondonia, según fuentes oficiales. La Policía Militar, tras recuperar el control del presidio, dijo que había localizado 45 cadáveres en los patios y los calabozos, aunque ha admitido que la cifra de muertos puede ser aún mayor.
El arzobispo de Porto Velho, Moazyr Grechi, que recorrió el interior del penal junto con las autoridades policiales, confirmó la cifra oficial y aseguró a periodistas que contó "por lo menos 45 muertos". Según las autoridades de Rondonia, estado amazónico fronterizo con Bolivia, la rebelión comenzó durante la madrugada después de que los guardias impidieran la fuga de diez detenidos. A consecuencia de ese primer incidente, cinco presos resultaron heridos de bala y alrededor de 300 de los 900 que alberga el penal iniciaron una sangrienta rebelión que fue controlada por las autoridades después de casi 15 horas.
Según testimonios citados por el diario electrónico Rondonia Agora, dos bandas rivales de presos se enfrentaron en medio de la rebelión, por causas aún no establecidas. Al menos dos de los reclusos fallecidos fueron decapitados por sus propios compañeros, declaró uno de los guardias del penal, que junto con otros diez compañeros fue tomado como rehén por los amotinados.
La Policía Militar informó de que al menos la mitad de los 45 cadáveres hallados estaba en los patios y el resto había sido "amontonado" por los propios presos dentro de los calabozos.
La cárcel de Urso Branco, situada en la periferia de Porto Velho, tiene los mismos problemas de hacinamiento que la mayoría de las 300 presidios que hay en Brasil. En la penitenciaría en que se produjo hoy la matanza, 900 detenidos se hacinaban en espacios originalmente destinados a albergar a 320 presos, manifestaron portavoces de la Comisión de Justicia y Paz de la Archidiócesis de Porto Velho.
Según fuentes citadas por la prensa regional, dentro del penal se temía por el estallido de una rebelión desde el 20 de diciembre pasado, cuando un juez ordenó que los presos permanecieran encerrados en sus calabozos los días 31 de diciembre y 1 de enero. El juez Arley Silva da Costa explicó que tal decisión tenía como objetivo impedir intentos de fuga, habituales en la época de fin de año.
Las cárceles brasileñas son consideradas por las organizaciones de derechos humanos como unas de "las más brutales" de América Latina. Los motines se suceden casi a diario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de enero de 2002