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Reportaje:

Las raíces de Guti

El jugador con más antigüedad del Madrid se aferra a su sentimiento de pertenencia para soportar las críticas

"¿Tú cuántas Copas de Europa has ganado?", le preguntó Figo a Guti cuando llegó al club. El portugués creía que hablaba con un novato tierno. Guti -que sabía que Figo ansía ese trofeo- le sacó los dedos de la victoria, y se los puso ante los ojos: "dos".

No entra en la estructura mental de Guti la idea de firmar un contrato con otro club que no sea el Madrid. Ya le puede pitar medio Bernabéu durante cinco años y señalarle como a su chivo expiatorio preferido. No piensa cambiar de aires. Por eso Guti procesa la ira de las gradas a su favor. Lo dijo ayer, dos días después de que la afición repudiara su actuación ante el Rayo en la Copa: "Me duele que el Bernabéu me pite, porque es mi casa. Pero pitan porque seguro que me quieren. Lo hacen para que mejore. Si les resultara indiferente ni me pitarían ni nada".

El pasado martes, contra el Rayo, Guti se perdió tres o cuatro goles más o menos claros. En el segundo tiempo, después de rematar mal un centro de Figo, los abucheos se redoblaron. Dio un puntapié a uno de los palos, se giró sobre sí mismo y apoyó la nuca contra el alumino como entonando una plegaria al cielo. Varios miles de los 42.000 hinchas reunidos en el estadio disparaban insultos contra él desde hacía una hora.

En la cantera de Chamartín desde los nueve años, José María Gutiérrez, Guti, ha cumplido 25 y está a punto de tener su segundo hijo. Ningún jugador del actual primer equipo lleva más años que él en el club y nunca le tentarían otros horizontes. "Él tiene su casa en Madrid, su familia es de aquí, y cuando tuvo una oferta del Milan, que le ofrecía una pasta, dijo que no se iba. Aquí vive muy bien. Los pitidos no le importan en lo más mínimo", explica uno de sus amigos.

Se hace difícil imaginar que en estas condiciones se pueda trabajar. Pero Guti no conoce otro mundo. La Ciudad Deportiva, el Paseo de la Castellana, el Bernabéu, Torrejón, son parte inseparable de su vida. Siempre fue un chaval de barrio, madridista, admirador de Maradona y propenso a reafirmarse en su independencia. Con esa dirección defendió su soberanía espiritual, mezcla de tozudez y orgullo castizo. De nada sirvió que su entrenador desde las inferiores, Vicente del Bosque, le reclamara un corte de pelo. En saco roto cayeron los gritos desesperados del Bernabéu, exigiéndole más entrega en defensa: "¡Que meta más la pierna!". Rara vez le vieron los tribunos, indignados, estirar más de la cuenta su zurda de lujo para robar una pelota. Guti se limitó a jugarla al pie, con una técnica individual que supera a la de cualquier futbolista español en la plantilla. Salvo Figo, Zidane y Roberto Carlos, en el pase, el manejo y el disparo, es insuperable.

La consideración que le tiene Del Bosque hace de Guti un hombre demasiado importante como para que su alineación esté condicionada al voto popular. No ya como delantero centro, junto con Morientes, sino como enganche, y eventual reemplazo de Zidane, Guti cobra valor. "Guti es un jugador muy útil para nosotros, independientemente de los pitidos del público", sentencia Del Bosque. "Más de una véz ha hecho vibrar al Bernabéu".

El pelo largo, los tatuajes, las chupas de cuero rojo brillante, la perilla y el punto desafiante, son el mero envoltorio de un tipo peculiar. Guti es alguien que se mueve en su territorio natural, porque ha desarrollado el perfecto sentimiento de pertenencia. Su chulería y su solidez ante la adversidad residen en el convencimiento de que el Madrid es su sitio. Vive donde vive su raíz. Y habla de las Copas de Europa como si fueran suyas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de enero de 2002