El presidente Eduardo Duhalde, que tenía previsto dirigirse anoche a la nación para explicar su reforma política, cambió el discurso por una durísima crítica a la decisión de la Corte Suprema, que calificó de "muy grave". Duhalde pidió a la población que "no se deje engañar" por el fallo de los jueces. "Lo dije el primer día: esto es una bomba de tiempo que está funcionando y hay que desarmarla y hoy vuelvo a decirles, si esa bomba estalla no no cobra ninguno y afectará a todo el sistema productivo argentino".
"Me importa un comino que desaparezcan uno o dos bancos, lo que realmente me interesa como presidente es cuidar los ahorros de millones de argentinos que han confiado en el sistema bancario. Y tenemos que salir ordenadadamente", dijo Duhalde que insistió en advertir a los que reclaman sus ahorros que si el sistema financiero se arruina sólo cobrarán "los abogados, los que llegan primero o los acomodados y millones de argentinos quedarían no solamente defraudados sino que habrían perdido sus ahorros y sus esperanzas".
Tras destacar que Argentina se encuentra en la anarquía, Duhalde señaló que su " primera obligación es mantener la paz social". "Que nadie se equivoque", dijo, "no soy un presidente débil, soy un presidente con la autoridad que me dio la democracia argentina.
Jornada volcánica
Y el fallo de la Corte detonó la bomba en medio de una jornada volcánica. Cientos de personas hacían colas desde la madrugada frente a la sede de los bancos para comprar dólares antes de que el Banco Central deje de intervenir en el mercado vendiendo billetes a la paridad oficial y la cotización comience a flotar libremente, de acuerdo con el compromiso asumido por el gobierno ante el Fondo Monetario Internacional. Una cacerolada convocada a media tarde por los ahorradores en pleno centro descargó la bronca contra las sucursales y los manifestantes irrumpieron en la sede central del Banco de la Nación Argentina, en uno de los laterales de la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sede del Ejecutivo. Los grupos más alterados subieron hasta el cuarto piso y golpearon las puertas en la antesala del despacho que ocupa el presidente del banco.
Allí, sin embargo, no terminaba la angustia del día. Por detrás de la voz del presidente crecía ya el rumor de la cacerolada en toda la ciudad. La de los jueves es contra la Corte, la de los viernes es contra la clase política, pero una sola consigna une a las dos: "¡Que se vayan todos!".
Para entonces el día ya había sido sacudido por el retumbar metálico de las cacerolas en la llamada city donde se asientan las casas centrales de los bancos. La manifestación desbordó a los guardias y llegó hasta los despachos de los funcionarios del Banco de la Nación Argentina, en la Plaza de Mayo, ante cuyas puertas sollozaba una mujer que aseguraba no tener con que alimentar a sus hijos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de febrero de 2002