Nada como una goleada histórica para amansar el Camp Nou. El Barça dribló ayer de forma espectacular la crisis que carcomía los cimientos del club con media docena de goles que dieron tanta vida a los azulgrana como se la restó al Tenerife, que acabó soportando un martirio y la mofa de su propia afición. El Barça tuvo anoche toda la suerte del mundo porque se topó con un rival invisible, que se ve abocado a Segunda y cuya afición pidió abiertamente la marcha de su entrenador. La brillante reacción azulgrana confirmó la continuidad de Rexach, sobre quien revoloteaban los nombres de algunos sustitutos. Pero todo es una incógnita porque este equipo es imprevisible y ahora no se sabe hasta qué punto fue mérito suyo o demérito del Tenerife. Kluivert, en el partido de su vida, marcó cuatro goles; Puyol, el primero, de una extraordinaria chilena, y Charcos, en propia puerta, el sexto.
La goleada, curiosamente, la abrió muy pronto Puyol, que, en una muestra más de lo alocado del Barça, marcó a lo Rivaldo. El gol fue una bendición del cielo para los azulgrana, que se cercioraron de que tenían ante sí un rival absolutamente desquiciado. El Barça, más desconocido que nunca, salió con unas precauciones defensivas inmensas: tres centrales atrás y dos carrileros para atajar las subidas de Marioni y Fuentes; un fornido centro del campo y sólo dos hombres en punta, Kluivert y Rivaldo. El gran sacrificado del experimento fue Saviola, que volvió a recuperar su condición de suplente en campo ajeno. La libreta quedó rota en un momento porque el Barça no tardó en adueñarse del partido. El Tenerife no ejerció la menor presión y encima regaló el balón. Xavi jugó muy suelto, Gabri y Rochemback se encargaron por la vía directa de frenar cualquier internada canaria y la defensa frustró todo proyecto de ocasión de gol.
El Barça se cercioró de que su rival no oponía la menor resistencia y marcó en la jugada más inesperada: Motta, el joven brasileño de la cantera, sacó un córner, Kluivert le puso el balón a Puyol, que de chilena batió a Aragoneses. El gol serenó tanto al Barça como desquició al Tenerife, que languideció hasta el fin. Los azulgrana se encontraron con todos los espacios del mundo y maduraron la goleada. Xavi asistió como y cuando quiso a Rivaldo, que, lento porque acaba de salir de una lesión, perdió dos ocasiones. Kluivert se resarció: recibió un pase magistral de Xavi y acabó empujando el balón a la red.
El Barça se fue al descanso con medio partido en el bolsillo y acabó de amarrarlo en el arranque del segundo tiempo. Gabri se fue por la banda y colocó un medido balón a Kluivert, que metió el tercero. La historia se acabó ahí: el Tenerife se hundió, la grada claudicó y empezó a corear "Nos vamos a Segunda y a Pepe le da igual". El Barça jugó ya solo. Kluivert anotó él solito cuatro goles y Charcos, para aumentar su suplicio, marcó en propia puerta para desolación de su equipo, que soportó una tortura y rezó para que el reloj pasara rápido y se acabara el encuentro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de febrero de 2002