Uno de los graves peligros que acechan al fútbol es la falta de memoria, o la necesidad de construir una realidad diferente para cada día. Es la consecuencia de un consumismo arrollador que sólo permite los extremos: el éxito o el drama. Todo lo demás es irrelevante y prescindible. No hay espacio para la serenidad y el análisis porque las nuevas circunstancias del fútbol exigen héroes y víctimas inmediatamente, a veces de forma tan indecente que los héroes de ayer son los culpables de hoy, y al revés. No hay tiempo para la reflexión, para aceptar que el juego es misterioso, para comprender que la perspectiva también es capital en un deporte que ahora cabalga desbocadamente. Por desgracia, el fútbol se dirige como tantas otras cosas de nuestro tiempo hacia el consumo voraz. Se ha convertido en otra forma de fast food. Ni se disfruta, ni se digiere. Es un proceso compulsivo y grosero que resulta tan dañino al fútbol como la comida basura al organismo humano.
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Algo de esto ocurre alrededor del Madrid tras la derrota en la final de la Copa. Perdió con justicia frente a un gran Deportivo, el mismo que había destrozado una semana antes a la Juve. Perdió en un gran partido que debería servir de orgullo para el fútbol español. Perdió porque en ningún lado está escrito que el Madrid tenga garantizadas las victorias, y menos en un país que cuenta con varios de los mejores equipos de Europa. Y perdió porque sus estrellas están lejos del estado de gracia que alcanzaron hace dos meses, precisamente frente al Depor. Entonces también se exigían culpables y se proclamaban héroes. Por ejemplo, el primer culpable era Javier Irureta. Y para Vicente del Bosque estaba reservada la condición de héroe: gran gestor de una plantilla complicada, hombre capaz de aplacar los egos de sus famosos jugadores, entrenador sensato que rebajaba su perfil en favor de sus futbolistas, actor clave en la octava Copa de Europa y en el último título de Liga. Nada ha cambiado en Del Bosque, cuya contribución a los recientes éxitos del Madrid es indiscutible. Pero eso qué importa en el fast food del fútbol. Lo único que vale es designar héroes y villanos. Ahora le toca a Del Bosque el papel de villano porque no hay tiempo que perder cuando se exigen culpables.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de marzo de 2002