El presidente George W. Bush ha dejado de respaldar las respuestas bélicas de Ariel Sharon frente a los atentados. El cambio de opinión se produjo esta semana, cuando el primer ministro israelí afirmó que sólo se llegaría a una negociación causando "dolor" a los palestinos. La Casa Blanca consideró que esa vía llevaba a la guerra abierta y decidió dejar de cargar toda la responsabilidad de la violencia sobre el presidente palestino, Yasir Arafat. Mientras tanto, la Casa Blanca decidía ayer tomar cartas en el asunto y anunciaba el viaje, la próxima semana, de su enviado especial para Oriente Próximo, el general Anthony Zinni.
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"Estoy profundamente preocupado por la pérdida trágica de vidas y la creciente violencia en Oriente Próximo", señaló Bush en un anuncio realizado anoche en la Casa Blanca. Bush aseguró que su Gobierno está "comprometido a explorar" la iniciativa del príncipe heredero saudí, Abdulá, acerca de la normalización de relaciones de los países árabes con Israel si ese país vuelve a sus fronteras de 1967. "Nuestro interés está en devolver a las partes al proceso" de negociaciones, afirmó Bush, quien calificó la iniciativa del príncipe Abdulá como "una brecha importante".
Un día antes de ese anuncio, el miércoles, ante el Congreso, el secretario de Estado, Colin Powell, afirmó que la estrategia de Sharon "no llevaba a ninguna parte". Es muy raro que el Gobierno de EE UU critique a sus aliados israelíes. Desde que Bush inició su mandato, en enero del pasado año, sólo se había producido un leve roce con Ariel Sharon, el causado en octubre por la comparación de éste entre Israel y la Checoslovaquia de 1938, entregada a la invasión nazi por las potencias aliadas.
La cooperación estrecha entre Bush y Sharon dio una especial relevancia a las palabras pronunciadas el miércoles por Powell, ante un subcomité del Congreso: "Si creen que pueden resolver el problema viendo cuántos palestinos pueden matar... No creo que eso lleve a ninguna parte".
La frase había sido cuidadosamente preparada la víspera, en una reunión en la Casa Blanca en la que se decidió que no se podía seguir amparando de forma implícita la guerra abierta contra los palestinos. El secretario de Estado mantuvo la habitual presión sobre los palestinos. Pero, pese a condenar el terrorismo palestino, mostró comprensión por las causas profundas de la violencia. "Los palestinos están sufriendo enormes dificultades", afirmó.
No obstante, Powell bajó ligeramente el tono ayer cuando afirmó ante el mismo subcomíté que "Israel, que se enfrenta al problema legítimo de su autodefensa, debe también ser muy prudente sobre los medios utilizados para defender a su pueblo, ya que en los últimos meses eso no ha hecho sino dar lugar a una serie de escaladas más que devolver el control".
De todas formas, lo que no había conseguido el lunes el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, quien rogó a Bush que EE UU se implicara en la situación para atajar la violencia, lo consiguieron las palabras pronunciadas por Sharon ese mismo día: "Tenemos que infligir a los palestinos golpes muy dolorosos, hasta que comprendan que no conseguirán nada con el terror". "No podíamos callar frente a ese tipo de afirmaciones, porque Sharon se habría sentido libre para desatar una guerra completa, declarada o no declarada", explicó un alto cargo de la Casa Blanca a The New York Times.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de marzo de 2002