Destartalado, tal que fuera un equipo de barrio caído sin venir a cuento en el exigente Camp Nou, el Barcelona se entregó a un ejercicio de voluntarismo que le permitió firmar un empate como pecado venial. Al Liverpool le alcanzó un buen trabajo táctico y la comodidad con la que pudo defenderse en la misma proporción que su falta de talento y la ausencia de Owen le condenó igualmente a una última jornada de suspense.
Las cábalas son tantas y la falta de personalidad y mediocridad de los contendientes es tan extrema que puede ocurrir cualquier cosa. A falta de fútbol, habrá otro día de tralla.
BARCELONA 0| LIVERPOOL 0
Barcelona: Bonano; Puyol, Christanval, Frank de Boer, Coco; Motta, Cocu, Luis Enrique (Gerard, m.77); Rivaldo; Kluivert y Saviola (Geovanni, m.87). Liverpool: Dudek; Abel Xavier, Henchoz, Hyypia, Carragher; Murphy, Gerrard (Barmby, m.80), Hamann, Riise; Litmanen (Smicer, m.70) y Heskey (Baros, m.74). Árbitro: Kyros Vassaras (Grecia). Mostró tarjeta amarilla a Murphy, Gerrard, Hamann y Cocu que no podrá jugar el próximo partido ante el Galatasaray. Camp Nou. Casi lleno. Unos 95.000 espectadores, con presencia de unos 5.000 seguidores del Liverpool. Asistió al partido el rey Juan Carlos.
Al Barça le faltó plan, como ya es costumbre, y echó de menos a sus figuras, nada nuevo en las últimas jornadas. El Barcelona es hoy muy poca cosa, una deficiencia que se agranda cuando se enfrentan a equipos que parecen batibles como el Liverpool. Rexach no sólo no ha hecho nada por resolver o disimular las deficiencias del equipo sino que las ha agrandado con un once titular sin sentido, ridículo incluso cuando el contrario le somete, desprovisto de grandeza e incapaz de hacer valer el factor campo. El entrenador azulgrana diseñó mal el partido y lo corrigió peor de lo que se deduce que el empate fue más que nada un mal menor por la complicidad del rival.
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Desde que se cantó la alineación hasta el último tramo del partido, el Barça fue una calamidad. Falto de un medio centro que regulara el partido y mal puesto se perdió en un ir y venir que el Liverpool manejó a partir de una trabajada organización defensiva y de una sorprendente superioridad en la divisoria una vez que Charly se negó a ganar un medio a costa de un defensa o de un delantero. Al fútbol estático, sin línea de pase ni ritmo de los azulgrana, respondieron los ingleses con un juego vigoroso, que dejó sobrecogida a la hinchada, apurada por el tono del choque.
El nerviosismo del Barça, desconfiado porque ni un solo jugador encontraba su sitio en el campo, alentó la determinación del Liverpool, con Heskey y Gerrard a la cabeza. El ariete les sacó dos metros de ventaja a los centrales en cada arrancada y el centrocampista desaprovechó dos cabezazos francos a la salida de dos libres indirectos que sacaron los colores a la zaga azulgrana a las primeras de cambio. Mal distribuidos, los barcelonistas siempre dejaron un pasillo interior entre los laterales y los volantes, no pivotaron alrededor de Cocu, ni limpiaron el terreno para la subida de los laterales, espantados por el despliegue físico inglés. La desubicación tanto de Luis Enrique como de Motta, así como el revolotear de Rivaldo hacia ninguna parte, facilitaron el gobierno del partido por parte del Liverpool, cuyo juego de posición resultó muy efectivo ante la diseminación barcelonista. Embotellados en ataque, huérfanos en el medio campo y obligados al uno contra uno defensivamente en cada contra, los azulgrana tuvieron poco tiempo la pelota, pese a que el Liverpool coleccionó tres tarjetas consecutivas, prueba evidente de que si se le jugaba, si se le tocaba y escondía el balón, era vulnerable.
El partido exigía un cambio de rumbo por parte azulgrana que necesariamente pasaba por una mejor ocupación de los espacios, a fin de que el Liverpool no actuara con uno más en cada acción como se desprendía del resumen del primer acto. El banquillo, sin embargo, no ofrecía demasiadas alternativas, después de que Overmars se quedara en la grada, una decisión sorprendente ante la falta de desborde del Barça, necesitado de extremos, de jugadores de banda, para abrir al Liverpool, muy cómodamente instalado en el Camp Nou, a gusto siempre rechazando los pelotazos del rival, incapaz de rematar a puerta.
A falta de que Rexach interviniera de una puñetera vez, Bonano mantuvo a su equipo en el partido en un mano a mano con Heskey, jugada que marcó un punto de inflexión. No ganó circulación de pelota ni le cogió el hilo al partido, pero el Barcelona resolvió sus problemas estructurales dando un paso al frente: se estiró hasta pasar a jugar en campo ajeno, se dejó caer mejor por los costados, perdió el miedo a perder y con agallas se dejó ir cuesta abajo a por la victoria.
Un remate de Rivaldo y un zurdazo de Puyol obligaron al Liverpool a empotrarse por un rato y retratarle como un equipo accesible si se le aprieta desde el inicio. A falta de juego, se imponía el coraje. Por las bravas, los azulgrana alcanzaron el marco rival y hasta Christanval remató al poste. La hinchada creyó mascar el gol y se entregó a su equipo, revitalizado por la entrega de Saviola, convencido de poder resolver el choque por su cuenta, siempre generoso, obligándose en cada jugada frente a los centrales, no desfalleciendo aun cuando falló un remate fácil después de una jugada muy complicada. Rexach, sin embargo, acabó por sustituir al pibito ante la rechifla de la hinchada, que no entendió el canguelo del técnico, temeroso quizá de que el Liverpool le tomara la delantera tras haber cogido de nuevo las riendas del choque. Retirado Saviola, la grada se quedó tiesa y el Barça frío, vacío futbolísticamente, dispuesto a jugarse el pase a cuartos a cara y cruz en Turquía, donde el empate, como mínimo, le será imprescindible. Un final para la épica o el drama, muy acorde con la historia del Barça.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de marzo de 2002