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Crónica:Masters de Augusta | GOLF

Sergio García lidera la carga española

El de Castellón, segundo en una jornada en la que también lucieron Olazábal y Jiménez

Por delante, segundo, el más joven, Sergio García, el que rompió la barrera de los 70, el de los 68 golpes (-4) y el juego pragmático; detrás, cerca, a dos golpes, séptimos, los dos veteranos, el malagueño Miguel Ángel Jiménez, el melancólico que se reencuentra con su autoestima siempre que se trata de jugar un grande, y el vasco José María Olazábal, el tranquilo jugador que ganó dos Masters cuando no jugaba la mitad de bien de cómo juega ahora. Ahí están los tres, en la parte de arriba, en la embotellada cabeza de un Masters en el que los mejores jugadores del mundo han tomado rápidamente posiciones. Si esto de ganar un torneo de golf, es, como dicen algunos, parecido a eso de la Liga, que sólo se trata de empezar lo suficientemente bien como para llegar a la última jornada con posibilidades, bien se puede decir que tres de los cuatro españoles que juegan en el largo y espectacular campo de Augusta pueden ganar el primer torneo grande de la temporada. El cuarto en liza, el eterno Severiano Ballesteros, tan lejos como está del juego de sus días de gloria, acabó el día en 75 golpes (+3).

Un golpe por delante de García, que hizo birdie en los cuatro pares cinco del campo, un veterano pegador, marcha líder Davis Love III; cerca, detrás, junto a los otros españoles, más grandes nombres: Goosen, Mickelson, Harrington, Parnevik, Els, Singh y, claro, Tiger Woods. Todos ellos, grandes jugadores, pegadores largos, medios y cortos: los cambios de Augusta, el alargamiento de nueve de los 18 hoyos, ha sido, efectivamente, un cambio de justicia, de redistribución de la riqueza. Todos están contentos.

Y más contento que nadie, Sergio García. El jugador dispuesto a superar a Ballesteros en una marca muy especial (la del más joven de los españoles que ha ganado un grande: Seve se llevó el Open Británico a los 22 años, tres meses y 17 días; García puede alcanzar la chaqueta verde a los 22 años, tres meses y cinco días) puede que tenga razón, puede que sea más maduro en el campo que lo que aparenta. Por lo menos eso pareció ayer. El golfista aventurero, lanzado y alocado, el impaciente que consumía a los espectadores con su agarrar y soltar el palo en ritual que llegaba a los 50 segundos, se ha moderado. Ahora tarda una media de 20 segundos en estar listo para el disparo, ahora también ha asimilado el concepto de la gestión, de que jugar 18 hoyos es también gestionar 70 golpes, o 72 o 68. En Augusta, dicen, ésa es la clave, lo que llaman paciencia, pragmatismo. García, el largo, se controló, y en ejercicio perfecto, aprovechó todos los pares cinco, en los que tiene ventaja por su longitud, para hacer birdie. Ahí, su -4 final. Y luego compensó los bogeys del 14º y el 18º, con sendos espléndidos birdies en el 16º y el 17º. El primero, de toque, de manos, un par tres bien ejecutado; el segundo, de más toque, de feeling con el putter.

Olazábal también fue un buen gestor. Comenzó el día con un único eagle en el segundo, tras un golpe con el hierro 1 que llegó dando botes al borde del green y botando superó un búnker para ir a morir cerca de la bandera. Ése -2 lo llevó hasta el final superando con entereza un comienzo de crisis que asomó en los hoyos del medio, el noveno y el 10º. Y Jiménez, que se encuentra tan a gusto respirando el aire de Augusta como absorbiendo el humo del cohibas gigantesco que le regaló un espectador tras su faena, fue el jugador recto que no se complica la vida que sembró el campo, con golpes de todas las clases y que dejó, según confesión propia, unas cuantas ocasiones de birdie perdidas en algún green.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 12 de abril de 2002