"Augusta ya no es lo que era", dicen los decadentes tumbados en las sillas de la terraza de la casa-club, los mismos que agotan en la tienda la reserva de paraguas gigantescos, chupas de agua y pantalones de plástico y proclaman, con acento dramático, que para eso estamos en el profundo Sur, en el territorio de Tara: "Nunca más volveré a mojarme en Augusta".
MÁS INFORMACIÓN
Lo dicen mosqueados, empapados, salpicados de barro sus pantalones de lino crudo, sus zapatillas bicolor, porque en Augusta ha llovido con ganas y el campo se ha desbordado. Llovió el jueves por la mañana y por la tarde. Llovió y salió a la superficie, metáfora del mundo, todo lo que se esconde bajo la hierba verde azulada, hectáreas y hectáreas esmeralda; todo lo que sustenta la belleza de las azaleas. Se removieron las tierras y un humor marrón empezó a fluir. Con el líquido afloró el olor; un olor profundo y desagradable, un olor de cloaca, el olor de toneladas y toneladas de abono, orgánico e inorgánico, químico, del que brotan las flores.
Llovió más el viernes por la tarde. El juego se suspendió. Escampó ligeramente y otra vez la frase: "Augusta ya no es lo que era". Las brigadas de voluntarios, armadas de rulos, secadoras, chorros de aire caliente, se derramaron por el campo y achicaron el agua. Descargaron camiones de arena blanca en las zonas más empapadas, en torrenteras y humedales. Pacas compactas de tamujas de pino se esparcieron por los caminos. Fue un esfuerzo titánico. E inútil. A las 17.30 los altavoces anunciaron que el juego se reanudaría a las 18.00. Pero a las 18.15 volvió a llover fuerte. El juego se suspendió hasta el día siguiente. Augusta, la que nunca se equivoca en las previsiones meteorológicas, había vuelto a fallar.
Anunciaron a los jugadores colgados, José María Olazábal, en el hoyo 11, entre ellos, que ayer, sábado, a las 7.45 empezarían a jugar de nuevo. Un madrugón evitable para todos. "Me levanté a las 5.15, me duché, desayuné y me vine al campo", comentó Olazábal; "pero debí de llegar demasiado pronto". Eran las 6.20 cuando el de Hondarribia, que se acuesta con las gallinas, llegó al club. "Y hallé el vestuario cerrado. Tuve que esperar 15 minutos con Gary Player [el legendario surafricano] a que me abrieran la puerta". Luego, hasta las 9.16 no volvió a dar el golpe interrumpido. "Augusta ya no es lo que era".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 14 de abril de 2002