Si hubo alguien en todo el campo que celebró la victoria como una cuenta personal definitivamente saldada, ése fue César Sánchez. Tras blocar un tiro de larga distancia de Rochemback, a tres minutos para el final del partido, el portero madridista se abalanzó sobre el balón en el área de penalti y lo abrazó como si fuera un peligroso psicópata fugado de la cárcel. Se incorporó sin soltar la pelota con la mano izquierda, mientras que con la derecha lo golpeó con los puños. Estaba feliz. Descargaba toda la violencia acumulada durante los últimos días, y no le importaban ya ni el partido (iba 0-2) ni las naranjas, mecheros y botellas que le llovían desde la grada.
"El fútbol siempre te da revancha", proclamó César, tras el choque, haciendo gala de un tópico que ayer fue una verdad innegable. "Uno siempre quiere la revancha deportiva, claro, y yo hoy lo he conseguido. Ganar después de 19 años, como no lo hacía el Madrid, ha sido enorme. No es la primera vez que gano un partido en el Camp Nou. Lo hice con el Valladolid, pero esto no es lo mismo. No es comparable. Lo importante es que el barco vaya para adelante. Los detalles, como si marca o no el delantero, o como si el portero falla o para, son sólo detalles. Esto es la Copa de Europa y encarrilar un partido es lo que da gusto".
En la noche de ayer, bajo el mismo marco que lo vio tragarse el sapo del gol de Xavi en Liga, el portero blanco se redimió del error que cometió hace un mes. Entonces, el gol del medio centro catalán empató un partido (1-1) que el Madrid tenía prácticamente en el bolsillo. Por ello, recibió críticas unánimes. Se hartó de oírlas y de escuchar que encarnaba el papel de portero desafortunado. Su dorsal, el número 13, le empezó a escocer en la espalda. Los números mágicos, las supersticiones, y otras pesadillas conspiraron para meterlo en un problema del que sólo podía salir con un golpe de efecto. Ayer lo hizo en el escenario más formidable.
Sobre todo al final, cuando el Barcelona empujaba, César se creció para frenar a un rival y a una afición desesperados. Atrapó un tiro de Geovanni, desde fuera del área, paró un cabezazo, descolgó un balón de falta de Rockemback... Y en este último lance, hasta se sobró. Sse volvió a la grada y empezó a mover el índice: "Que no, que no, que esta vez no entra". Media hora antes, el guardameta también protagonizó el susto de la noche. Salió decidido a ras de suelo a los pies de Rochembak, le quitó el balón, pero al deslizarse chocó contra Makelele, cabeza contra hombro, y se quedó inconsciente en el suelo, sin soltar la pelota. Se reanimó a los dos minutos.
Vicente del Bosque confesó que estaba un tanto "alterado" antes de oír que un periodista le preguntaba por el supuesto hombre del partido, el francés Zidane. El técnico blanco acababa de salir del vestuario y hacía grandes esfuerzos por mostrarse estoico y no saltar de alegría. "Ha sido un gran partido de Zidane, y de McManaman, Solari, César...". El entrenador se acordó de César como último eslabón de una cadena que ayer funcionó a la perfección, para evitar lo más sagrado en un partido de ida de Copa de Europa: encajar goles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de abril de 2002