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Barça manque pierda

Cuando Zinedine Zidane marcó el gol que le daba al Madrid su inmerecida victoria, el público continuó animando al Barça. En el Camp Nou, eso sólo ocurre en contadas ocasiones, cuando los jugadores se han ganado el respeto de la afición con un partido como el de ayer, jugado al ataque y sin prevenciones de carácter, con entusiasmo y ese orgullo que les ha faltado tantas otras veces. Dadas las circunstancias, Rexach alineó el mejor de los equipos posibles y los jugadores y el público intentaron poner el resto con un desgaste que les honra, pero que no basta para hacer historia. Intimidado por los efectos especiales de la superproducción que estaba protagonizando en calidad de veterano actor secundario, el Madrid administró el fútbol que atesora con disimulo, experiencia y destellos de Solari, Roberto Carlos, César, Raúl y Zidane, inicialmente insuficientes para agrietar la defensa de un Barça que, durante casi todo el partido, se negó a convertirse en el hazmerreír de otras batallas perdidas.

Como dirán los cursis, las espadas siguen en alto y el armamento retórico del equipo mediático habitual se desplazará al 1º de mayo, víspera de otra efeméride de carácter épico-patriótico. Fue, pese al resultado injusto para los intereses del barcelonismo e inapelable desde la implacable lógica de este deporte, un gran espectáculo, la prueba de que el fútbol contiene más matices emocionales y dramáticos que cualquier otra manifestación colectiva. El Madrid intentaba practicar ese fútbol mesetario, de distantes perspectivas y lejanos horizontes, recorridos por una geometría rectilínea, acorde con el extremo paisaje castellano. El Barça, en cambio, fue coherente con la caótica geografía del país que, pese a no tener ningún catalán en el once titular, dice representar (el único catalán fue Gabri, que, bueno, digamos que no tuvo su mejor día). Orografía de excesos, bosques, barrancos y disparates medioambientales propensos a las avenidas, ideal para desarrollar el arte del atajo, de la emboscada y la estrategia del aquí te pillo, aquí te mato, siempre pendiente de que una tempestad de mala suerte o un viento inesperado se te lleve por delante. La globalizada armada barcelonista estuvo mejor que su rival, pero, al final, Zidane, prodigio de concentración, recordó las condiciones de su contrato y justificó su fichaje con uno de esos goles que ponen o quitan rey y que, para más inri, fue completado con el consabido y ya tradicional error marca de la casa. Decía Josep Tarradellas, presidente de la primera Generalitat del postfranquismo, que en esta vida se puede hacer todo menos el ridículo. Ayer el Barça perdió, pero no hizo el ridículo. Y ésa es la mejor garantía para afrontar el partido de vuelta. Con el mismo coraje que ayer, pero con más acierto. Con menos esperanzas, pero con una extraña gratitud que perfuma levemente la pestilencia de la derrota, hoy es un día para decir: "Visca el Barça manque pierda". Sin gritar demasiado, eso sí, que tampoco estamos para demasiados trotes.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de abril de 2002