Posiblemente, Carles Puyol durmió ayer más tranquilo. No debió de dar tantas vueltas en la cama como hace ocho días, cuando debía tomar la decisión más difícil de su carrera: renunciar o no a la semifinal ante el Madrid en el Camp Nou. Una cita única en 40 años. El partido imaginado por cualquier jugador de la cantera. Estuvo despierto hasta las seis. No podía conciliar el sueño y casi vio amanecer. Tuvo que hacer caso al final del consejo médico: sufría un estiramiento muscular en la pierna derecha y era recomendable estar en la grada. Pero, como ocurre siempre con Puyol, por muy poco tiempo: el lateral vio cómo Reiziger, su sustituto, se rompía ante el Madrid y asumió que debía acelerar su recuperación hasta una velocidad de vértigo porque el equipo se quedaba -Gabri está sancionado- sin lateral derecho. Y lo logró: cuatro días después, ante el Villarreal, volvía a jugar. Con fuerza suficiente incluso para ser la sombra de Víctor veinte minutos en uno de esos extraños marcajes tan de moda últimamente en el Camp Nou. No oyó el menor eco de su lesión. Puyol, un referente para sus compañeros, que no cesan de alabarle, parece salido de otro planeta.
Pero todo tiene un secreto. Este joven nacido cerca de los Pirineos (La Pobla de Segur, Lleida, 1978) y más popular ya en su pueblo que su paisano, el ex ministro socialista Josep Borrell, no es tampoco un prodigio de la naturaleza. Pero tiene a su favor su juventud, su físico explosivo y, sobre todo, una extraordinaria fuerza mental que igual le sirve para resistir al dolor que para ignorar el cansancio. "Es una cuestión psíquica", explica el doctor Ricard Pruna. "El cuerpo humano es una maquinaria compleja y la mente es vital. Y él goza de una vitalidad inagotable. Éstos días ha tenido básicamente que descansar, hacer algo de bicicleta y colocarse hielo". Le debió de doler más el parón que la pierna porque su energía es insaciable: la misma que hace años, en un partido con el filial, en Cádiz, le sirvió para jugar con una muñeca rota y sin la férula protectora por exigencia del técnico rival. Su físico le ha permitido no lesionarse este año hasta la primera media hora en Vigo, cuando dejó consternado al cuerpo técnico tres días antes de la cita ante el Madrid. Sólo ha faltado a cinco -el de la lesión, dos por sanción y dos en el banquillo- de 53 partidos. "Nunca tiene bastante", suspira el doctor. Hoy es el único azulgrana que tiene plaza segura para el Mundial.
La decadencia física de Rivaldo, el paso final que debe dar aún Saviola, los goles que falla Kluivert... El Camp Nou podría poner un pero a la mayoría de sus futbolistas salvo a Puyol, que ha descrito una extraordinaria proyección en dos años. Llorenç Serra Ferrer quiso traspasarle al Málaga, pero no pudo con la obstinación del lateral. Prefirió seguir en el Barça aunque fuera en el filial. Ya le costó demasiado que le aceptaran a los 17 años en el club para hacer tan pronto las maletas. No se equivocó: dos meses después, impresionó al anular a Figo en su tenso regreso al Camp Nou como madridista. Desde entonces desplazó a Reiziger y ha ido dejando perlas durante el año: un golazo ante el Valladolid, otro de chilena al Tenerife o el centro que sirvió a Kluivert para batir al Deportivo. O el que le volvió a servir, tras robarle un balón imposible a Candela, para empatar ante el Roma ¿Alguien notó que jugó esos dos días con una fisura en el pómulo, agravada por un golpe de Amavisca? Todo eso es este joven. Uno de los futbolistas más admirados por el Camp Nou por una entrega incondicional que le permite hacer ahora cosas antes inimaginables.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 1 de mayo de 2002