Francia hizo ayer disciplinadamente sus deberes. Cumplido con cierta brillantez el rito de elegir a un presidente no especialmente querido y la tarea, mucho más hercúlea de poner a la extrema derecha en su sitio -que es bastante espacioso-, la clase política francesa enfrenta explícitamente desde ayer la batalla por las legislativas, la tercera vuelta de estas elecciones, que se desarrollarán el 9 y 16 de junio. Jacques Chirac sabe que ha ganado con el resultado más clamoroso -82,06%- que ningún presidente de la V República, pero con la legitimidad también más dudosa de toda su historia.
El lenguaje del cuerpo desmentía que la suya fuera una auténtica proclamación de victoria
El sociólogo Edgar Morin dijo: "Esto no ha hecho más que empezar"
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Sin la prestación, seria y marcial como un Ejército, de la izquierda, la República estaría hoy mucho más desmejorada. El ultraderechista Jean-Marie Le Pen ha salvado los muebles, que no es poco, mejorando algo su presencia electoral -17,94% contra 16,86%- en la primera vuelta, con un 80,74% de afluencia al voto.
Jacques Chirac compareció anoche en una sede del partido próxima a la plaza de la República -un escenario inédito en la historia de las derechas francesas, que siempre han recelado de este marco demasiado popular- sabiendo que su elección al solio de De Gaulle era todo menos que exultante. Estaba cansado, sus líneas de fractura facial recordaban las de la propia fractura social en el país; grandes surcos en dirección Norte-Sur abriendo profundas avenidas desde los ojos al mentón. Su primera declaración a las 20.25 de la tarde apenas duraba cinco minutos. El lenguaje del cuerpo desmentía que la suya fuera una auténtica proclamación de victoria. Más bien parecía Chirac el jefe de un comando que parte en una misión imposible contando con recursos francamente limitados. No sería ello ofensivo para este presidente, que a los 70 años menos algunos suspiros, recibe un segundo mandato de un quinquenio para extender su primer septenato. En 1995, cuando derrotó al líder socialista Lionel Jospin, el diario Libération tituló en primera página: "Pute, 7 ans!" , que traduciríamos por: "¡La puta, siete años!", como si, imaginariamente, ésa hubiera sido la reacción institiva de un hombre muy dado en lo particular a las profanidades y otras expresiones que ahora ya no está tan claro que sigan siendo de mal gusto. Pues bien, ayer Jacques Chirac no podría darse una palmada en el muslo para felicitarse por la cucaña electoral, ni tiene motivos para conmemorar este día como especialmente fausto.
En ese primer mensaje de anoche, el presidente llegó lo más cerca que lo ha hecho hasta la fecha, lo que no es gran cosa, a extender una mano más allá del círculo de su partido, el RPR gaullista, y a lo sumo la UDF, la otra aglomeración conservadora, hacia los socialistas. Chirac dice que "ha comprendido", lo que recuerda a De Gaulle cuando en 1958 le dijo casi lo mismo a los franceses de Argelia y procedió más tarde a ordenar el repliegue de la metrópoli; para seguir el presidente afirmando que "la República tiene que vivir si queremos que la nación vuelva a unificarse"; ha agradecido también a Francia su fidelidad a los valores republicanos -votar a quien sea, menos a Le Pen-; ha llamado a un sentimiento casi de refundación de la República y ha anunciado, finalmente, que dentro de unos días formará nuevo gobierno, a la derecha, con el mandato "unificar y reagrupar para la acción y la cohesión nacional" con objeto de combatir la inseguridad ciudadana, recabar el respeto a la autoridad, y mostrar solidaridad y eficacia en la lucha contra la intolerancia.
En la plaza, el entusiasmo es made-in-Chirac, el de una derecha que lo presenta todo en un envoltorio bastante profesional, pero que esta noche no puede lucir sus mejores galas porque no ha parado de lloviznar desde poco antes de conocerse el resultado a las ocho de la tarde, como si el cielo hiciera pucheros por victoria tan desdibujada. Apenas algún millar de personas, inmigrantes o de la tonalidad de color que corresponde en Europa occidental a la inmigración, saltan, en buena parte por el frío, como siguiendo alguna llamada ultrasónica de la ensordecedora música rap; se guarecen en los quicios, pero desaparecen todos rápidamente en cuanto arrecia una pizca este temporalillo irresoluto. La primera extrañada es la propia plaza, que no está acostumbrada a ver celebrar por estos pagos a las gentes de orden.
Le Pen, en su cubil de la montaña, porque su sede de Saint Cloud califica para puerto de categoría especial en el Tour, repetía ayer, con un rictus que aspiraba a sarcástico su conocida letanía: campaña totalitaria contra su persona, odio, falsificación, para añadir una coletilla amenazadora: arrieritos somos y en las legislativas nos encontraremos.
A las 21.40 de anoche hizo por fin su aparición Chirac en la plaza de la República para ocupar el centro de un escenario ornado de grandes columnas de simulación papel, todo ello con un algo de fiesta fin de carrera. Allí ha dirigido la palabra a los pocos miles de personas que se habían concentrado en uno de los laterales de la misma bajo el persistente calabobos. El presidente y su esposa Bernardette, que le acompañaba, eran la perfecta representación de una pareja de la tercera edad, Chirac con el abrigo bien abotonado hasta el cuello, y ella, más compuesta, serena y atenta, pero sin dar ninguna muestra tampoco de delirio presidencial. Chirac ha vuelto a hablar apenas otros cinco minutos, repitiendo básicamente lo que había dicho hora y media antes. Palabras pronunciadas con algo más de convicción, con una ronquera de fondo que, en ocasiones permitía suponer que por allí había pasado algún día el vigor. Imposible resaltar nada. Lo que mejor le sigue saliendo al presidente es lo de "français et françaises", que últimamente se ha trocado en "françaises et français", no le vayan a tachar a él de machista.
Como decía el sociólogo Edgar Morin el sábado por la noche ante un espectacular cus-cus con premonición inquieta: "Esto no ha hecho más que empezar". Todos esperan cobrarse su revancha en las legislativas de junio. Eso quiere decir que todos tienen la sensación de haber perdido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de mayo de 2002