París votó ayer con disciplina, en bastante número, algún punto por encima del 80% nacional, y lo más de notar fue el regreso de los votantes de izquierda que el 21 de abril pasado prefirieron el asueto a asegurar la victoria de su líder, el jefe de gobierno, Lionel Jospin. Su diligencia aseguraría que el político conservador que menos le ha gustado en las últimas décadas obtuviera una prórroga de cinco años en el Elíseo. No había otra opción.
Stefan Martinet, adjunto a la alcaldía del Distrito XI, socialista como su barrio, decía ayer que Chirac iba a ser "el presidente más votado de la historia de Francia, con entre un 60% y un 80% del voto", lo que subrayaba, precisamente, el problema de legitimidad con que pueda encontrarse. Porque hay toda una masa de voto excedentario que le ha sido únicamente prestado por la izquierda. En esta zona del Este de París, fuertemente teñida de la rosa socialista, donde ganó claramente en primera vuelta el jefe de Gobierno Lionel Jospin, Le Pen había obtenido el 8% de los sufragios. Y, sin embargo, era virtualmente imposible encontrar ayer rastro de esos votantes.
A la salida del colegio electoral, la mayoría de votantes expresaban, como si hubieran sido inventados por un encuestador, el sentido de estas elecciones: "No hay opción". Ni siquiera tenían que decir "Chirac"; el presidente era, por descarte, el único a quien cabía elegir. Un caballero de unos 45 años, jefe de formación de una empresa de seguros, disfrutaba visiblemente la oportunidad de hacer declaraciones a la prensa: "Esto es como un western, El bueno, el feo, y el malo; el bueno, Jospin, perdió en primera vuelta; el malo es Le Pen, y sólo queda el feo, que es Jacques Chirac, a quien poder votar".
La izquierda no extrema se ha movilizado considerablemente para salvar a la República. Hasta escépticos reconfirmados como el escritor, reciclado estos últimos años de mediólogo, Régis Debray, admitía con estoicismo el sábado por la noche que él también desfilaría ante las urnas.
Un señor, decididamente anciano, al que la cazadora de excelente cuero y mejor corte alejaba de las huestes del miedo que integran el Frente Nacional, repetía que "habría preferido votar a un candidato más joven, y no a las caras de siempre" y que "todo era muy triste, pero no había más escapatoria que elegir al líder gaullista".
Le Pen votó ayer hacia las once de la mañana, muy cerca de su feudo de Saint Cloud -sede de campaña y residencia- rodeado de turiferarios de natural enardecido. En su distrito ganó Chirac en primera vuelta con el 35% del sufragio, dejando al líder del Frente Nacional apenas con la mitad de esos votos.
Ante diversas televisiones españolas y latinoamericanas le dedicó Le Pen una flor al presidente Aznar. La versión española de aquella especie de epigrama que pronunció habría sido aconsejar al jefe del PP que se preocupase de la viga en ojo propio en lugar de buscar la paja en el ajeno. No quedaba claro, sin embargo, cuál era exactamente la viga de la que hablaba, aunque sí que la paja era haberle llamado hace unos días "fascista" al jefe del FN.
No se sabe hasta qué punto mal aconsejado, el líder ultra llegaba a decir por la tarde, antes de que se conocieran los resultados, que no se conformaría con menos de un 30% de sufragios. Francia no pudo llegar a tanto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de mayo de 2002