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Y la fiesta empezó en Glasgow

El rey Juan Carlos bajó a los vestuarios y Florentino Pérez, contra su costumbre, le acompañó

El árbitro pitó el final y Del Bosque le dio un beso a Guti. El técnico siempre se guarda el primer gesto de alegría para los rezagados, los que no jugaron. Después lo hizo con Munitis. A ambos les quiso agradecer su contribución al gran título que todos esperaban. Y disculparse, de paso, porque no les había sacado. Y así empezó la fiesta de la novena Copa de Europa del Madrid. Con un gran estruendo de los 17.000 hinchas blancos repartidos en Hampden Park, y con el himno del Madrid cantado por Plácido Domingo como música de fondo.

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Lo primero que hizo Raúl fue dirigirse a Figo. El portugués no quiso hacer comentarios ayer, pero por la cara que se le quedó cuando fue sustituido por McManaman no debía pasar por un buen momento. Así que tras el triunfo, su amigo Raúl lo abrazó y se pusieron a saltar como colegiales poseídos. "Figo ha sufrido mucho", dijo Raúl, tras salir de los vestuarios. "Él siempre ha dado la cara y su lesión no le ha permitido rendir como él quería. Pero hoy ha hecho un esfuerzo que es para sacarse el sombrero".

La irrupción de un nudista y otro hincha ataviado con falda escocesa en pleno partido, y la manifiesta inoperancia de los guardas de seguridad escoceses a la hora de detenerlos, evidenció las carencias del estadio para controlar al público. Cuando César se metió entre los hinchas a recoger la bandera española, ya hubo algunos que se lanzaron a la pista. El portero cogió el paño y corrió hacia Raúl, que ante miles de aficionados repitió su viejo ritual: dar pases toreros. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis olés multitudinarios.

"¡A la Cibeles, nos vamos a la Cibeles!", gritaba la gente, en medio de una explosión de entusiasmo que se desató definitivamente cuando Hierro levantó la Copa y el equipo entero salió a dar la vuelta olímpica, salvo César, que cojo, se fue al vestuario para volver después a saltos. Al pasar por el fondo oeste de Hampden Park, los peores augurios se destaparon. Cientos de aficionados merengues, envueltos en banderas y ataviados con gorros escoceses y parafernalia madridista, se lanzaron a invadir el campo sin ningún tipo de control. Las casacas amarillas de los miembros de seguridad de la UEFA se quedaron escasas ante la avalancha. En unos segundos la masa de forofos se había subido a la tarima donde minutos antes el equipo había recibido las medallas y la copa. El único que se quedó en el campo fue Raúl, con gestos de enfado y señalando la grada a los descarriados. Menos mal que por megafonía se logró controlarlos sin incidentes. En plena confusión, y con un agudo sentido de la prudencia, Iván Campo se escabulló con la Copa hacia los vestuarios.

Ahí, entre las duchas y las taquillas, estaban el Rey Juan Carlos y el presidente, Florentino Pérez, para felicitar a los jugadores. "Es la primera vez que bajo al vestuario", comentó Pérez. "Ésto no va con mi estilo, como tampoco me va bañarme en cava. Soy un poco soso, ya saben. Pero ya que don Juan Carlos se había molestado en venirnos a ver, he creído que debía acompañarle a saludar a los jugadores. Era lo mínimo".

Valdano, el director general, dentro de su alegría, puso una vez más el realismo: "Hemos pasado muchísimo miedo, porque el partido ha sido difícil y hasta el gol de Zidane ha sido extraño, puesto que siendo diestro le ha pegado con la zurda y precisamente en la final. Cuando veníamos al campo, viendo tantos aficionados, nos invadió la gran preocupación de no fdefraudarlos. Y eso ha sido lo más importante".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 16 de mayo de 2002