Todo cambió. Tras un segundo día nefasto, enfadado, bajo la lluvia, Sergio enderezó el rumbo y hoy se la jugará en el mano a mano que deseaba con Tiger Woods. Será la primera vez que los dos jugadores más atractivos del circuito se enfrenten en un torneo del Grand Slam. Hace tres años, en 1999, Sergio le dio el susto completo a Tiger, pero iba en el segundo partido. El año pasado llegó con posibilidades y se hundió en la jornada final. Esta vez tendrá la oportunidad directa y quizá en el sitio justo, en el momento justo. No será fácil para El Niño, porque sale con cuatro golpes de desventaja, pero la presión está servida. Y la pasión. Y todas las esperanzas.
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Tiger volvió a mostrar ayer su enorme sangre fría cuando tuvo un bajón a mitad de recorrido y perdió casi todo su margen. Apenas llevaba ya dos golpes sobre el grupo de rivales. Pero dos golpes extraordinarios, y sendos birdies en los hoyos 15 y 17 devolvieron el torneo a la realidad. Pasaron los momentos en que Woods pareció humano y se tornó inalcanzable. Pero acabó en 70, dos golpes más que El Niño.
¿Podrá completar Sergio su caza hoy? (20.00 Canal 51 Satélite Digital) Ayer se sintió comodísimo y de no haber sido porque falló con el putt hubiera asombrado. Aún así, sus 67 golpes mejoraron los 68 del primer día y estuvieron a años luz de los lamentables 74 del viernes.
Be nice to Monty (sé amable con Monty), se lee en la chapa que llevan en el pecho cientos de espectadores del Open de Estados Unidos. Es una campaña de Golf Digest para ayudar al escocés Colin Montgomery, el jugador europeo más maltratado por la afición estadounidense. El éxito de la iniciativa quedó truncado por la pronta eliminación de Montgomery, que no pasó el corte del viernes, pero los responsables debieron pensar ese mismo día que igual en el futuro iban a tener que repetirlo con otro defendido. Quizá algo así como Be nice to El Niño. Porque Sergio García corrió peligro de perder su condición de jugador adorado en Estados Unidos.
Enfadado bajo la lluvia, porque creía que el juego debería suspenderse (búnkers inundados y demás) y porque veía desvanecerse la posibilidad de acercarse a Tiger Woods (que estaba ya en la casa club, después de haber empezado a jugar cinco horas antes que el español), perdió los nervios. En la calle del 16º, cuando estaba inmerso en su ritual de 40 segundos de agarrar y soltar el hierro, un grupo de espectadores empezó a contar en alto sus movimientos. También le hablaron de Martina Hingis, su amiga. García no se cortó. Se dirigió a ellos y les enseñó el dedo corazón de su mano derecha. Un gesto nunca visto en un campo de golf. Ayer, todo parecía olvidado. Con su mejor sonrisa declaraba que el público había estado encantador; el tiempo, también. Hasta el campo; más manejable, con los greens más blandos, aunque a él le costó adaptarse. Pero mucho más a Tiger, su gran objetivo hoy. Le saca cuatro golpes, pero los problemas que tuvo le han dado moral a Sergio para el gran asalto. Todo está servido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de junio de 2002