Un partido que no sirvió para nada terminó con la victoria de España. Su único valor es estadístico. En algún anuario o balance figurará este resultado, que sólo merece el olvido por el juego y por las circunstancias en las que se disputó el encuentro, una de esas bromas pesadas que se gasta el fútbol a sí mismo, bromas permitidas por los clubes, incapaces de poner freno a una situación intolerable.
ESPAÑA 1 - BULGARIA 0
España: Casillas (Cañizares, m. 46); Salgado, Puyol (Helguera, m. 60), Marchena, Raúl Bravo; Albelda, Baraja (Xavi, m. 46); Mendieta (Etxeberria, m. 46), Guti (Capi, m. 65), Vicente (Capdevila, m. 75); y Jose Mari (Tristán, m. 46). Bulgaria: Zdravkov; Kishishev, G. Petrovn (Zagorcic, m. 46), Kirilov, Petkov; Peev, Chilikov (St. Petrov, m. 46), Borimirov, M. Petrov; Todorov y Berbatov. Goles: M. 10. Vicente se interna por la izquierda tras dos quiebros, hace una pared con Baraja y a la altura del área pequeña mete el balón en pararelo al centro para que Jose Mari, colocado antes que Guti para el remate, desvíe al palo contrario de Zrdavkov. Árbitro: Bruno Coué (Francia). Partido amistoso de preparación de la selección española para la Eurocopa. Lleno en el campo Nuevo Los Cármenes de Granada. Llovió antes del partido y durante el mismo. Los jugadores del Motril desplegaron una gran pancarta con sus reivindicaciones económicas.
Nada del partido mereció la pena. No había manera de jugar bien, ni de intentarlo. Los jugadores estaban con la cabeza en otra parte, en los numerosos desafíos que les espera en las próximas semanas, donde se ventilan cosas importantes para ellos y para sus equipos. Pero había que cumplir con el trámite: una sesión de anuncios en la víspera del encuentro, un partido blando, la cuidadosa administración de minutos para los jugadores, la sensación de que el fútbol sólo es una excusa para otras cosas, para que la federación ingrese un buen dinero por la emisión del encuentro en hora punta televisiva, que es una hora indecente para el fútbol. Y al fondo la excusa de un equipo que necesita armarse poco a poco. No lo conseguirá en partidos de este pelo, frente a rivales igual de desganados, pero con peores futbolistas.
Había que vestir la ficción con algo parecido al juego. De eso se encargaron Vicente y Baraja, que mantienen en la selección toda la energía que les ha hecho indispensables en el Valencia. Vicente puso el regate y la profundidad; Baraja animó la noche con su habitual intensidad. Los dos protagonizaron la mayoría de las jugadas reseñables del encuentro. Y el gol, por supuesto. Fue una excelente acción que encontró la permisiva respuesta de la defensa búlgara: aquí, unos amigos. El tanto lo anotó José Mari, que regresó a la selección con su estilo impetuoso. No es un jugador de clase, ni asegura el registro que se espera del delantero centro de la selección. Pero alguien dijo con razón que José Mari corre mucho y corre rápido. Con eso se ha labrado una carrerita en el fútbol y ha llegado a la selección.
Después del gol sobró casi todo. España midió sus esfuerzos con usura, y no hay nada que reprochar a los jugadores. Sus preocupaciones están en otra parte. Bastaba observar a Mendieta, titular como interior derecho. Pasó desapercibido, como tantos otros, dedicados a acompañar las jugadas sin demasiado entusiasmo, a la espera de que llegara la lluvia de sustituciones, la manera de desnaturalizar definitivamente estos partidos infames. Los búlgaros aprovecharon entonces las concesiones con algunas oportunidades frente a Casillas y luego ante Cañizares. Las fallaron como se fallan en días así, sin un gesto de rabia, sin la menor sensación de urgencia.
De las intenciones de Sáez sólo queda algo claro: la elección de Albelda y Baraja como columna central del equipo. Significa, por tanto, el traslado de Xavi a la suplencia, decisión dolorosa para el seleccionador, que siempre ha sentido predilección por el jugador del Barça. Pero la realidad es que Albelda y Baraja mezclan bien en el medio campo. Albelda es un jugador sin vuelo que cumple con la básico. Tiene instinto defensivo y jamás se complica la vida con el balón, al que da un trato minimalista. Entrega la pelota al jugador más cercano y se evita cualquier otra complicación. A Baraja le viene bien Albelda porque se siente liberado para llegar al área, donde siempre es un peligro por su capacidad para sorprender a los defensas. Hay un aire de jugador adulto en todo lo que hace, de futbolista que no hace concesiones nunca, ni en los peores partidos amistosos. En éste, por ejemplo.
No hubo más, excepto alguna cosa de Capi, un medio punta singular porque no lo parece. El medio punta habitual es un jugador que hace pesar su presencia con goles y con detalles, pero sin ninguna capacidad de sacrificio. Lo que distingue a Capi es lo contrario: su altísima actividad, adornada con momentos de clase. Al fondo se adivina un futbolista que sabe de las dificultades para ganarse la vida. Capi no lo olvida, y eso se sabe con una mirada: juega por ganarse el respeto y progresar en el fútbol. Y lo hace muy bien.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de noviembre de 2002