Tras gobernar dos veces durante la pasada década, el Partido Laborista sufrió ayer el mayor revés de su historia. Al permanecer durante 20 meses dentro del Ejecutivo de unidad nacional presidido por Ariel Sharon, sus principales líderes se ataron de manos para hacer oposición, tal como se ha podido comprobar desde que Sharon convocó elecciones anticipadas. A pesar de suponer una inyección de aire fresco, su actual candidato, Amram Mitzna, no parece haber cuajado entre simpatizantes y electores, para los que sigue siendo un desconocido que todavía necesita tiempo para madurar.
Heredero del histórico Mapai, que dirigiera David Ben Gurión, el Partido Laborista cosechó los peores resultados desde su fundación. El origen inmediato de esta grave crisis sería sin duda la segunda Intifada palestina, que le estalló en las manos al Gobierno de Ehud Barak, quien no supo o no pudo llevar a buen término el proceso de Oslo. Desde el momento en que Barak fue relevado por Sharon y los dirigentes laboristas decidieron unirse al Gobierno de concentración, el laborismo ha ido perdiendo apoyo lenta pero inexorablemente.
A pesar de la aparente unidad mostrada en vísperas electorales, el partido está experimentando un proceso de disgregación que, según los peores augurios, podría relegarle a tercera fuerza política en el Parlamento, por detrás de los anticlericales de Shinui. A esto contribuirían tres razones principales: la falta de legitimidad a la hora de criticar las políticas de Sharon por parte de hombres clave del partido, como Benjamín Ben Eliezer, que hasta hace tres meses se sentaba con él tanto en el Consejo de Ministros como en el Gabinete de seguridad; la desconfianza tanto de la juventud, para quien se trata de un partido viejo, como de los nuevos inmigrantes, para quienes constituyen un partido de la élite metropolitana asquenazí y del movimiento de los kibbutzim; y la ausencia de un líder carismático que no sólo tenga buenas ideas como Amram Mitzna, sino que transmita confianza.
Esta carencia está siendo utilizada por los asesores de imagen del Likud para presentar al alcalde de Haifa como un líder diletante que no es capaz de poner su casa en orden. Para ello, se aprovechan de la polarización creciente dentro del laborismo -entre partidarios y contrarios de participar otra vez en el Gobierno de unidad que vuelve a plantear Sharon-. La falta de claridad al respecto genera además desconfianza en el electorado, escarmentado por los escándalos de corrupción y fraude electoral experimentados por el Likud que, por extensión, han sido también achacados al Partido Laborista. El propio Mitzna ha sido acusado de corrupción en la recaudación para su campaña electoral, y de codearse más con los grandes empresarios en su gestión del Ayuntamiento de Haifa -una de las ciudades más prósperas de Israel- que con los sindicatos, lo que ha influido negativamente sobre su imagen entre sus votantes tradicionales e indecisos.
Asimismo, la opinión pública israelí ha reaccionado con escepticismo ante sus propuestas electorales de ordenar la retirada inmediata tanto de los asentamientos en Cisjordania y Gaza como de las bases militares de la franja de Gaza, y de reanudar de inmediato las negociaciones de paz los representantes de la Autoridad Nacional Palestina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de enero de 2003