Georges trabaja como telefonista en uno de los hoteles de Bagdad. Junto a la vieja centralita con la que lucha por lograr una comunicación internacional tiene siempre un libro abierto. "Es la Biblia; soy cristiano", manifiesta orgulloso. Es domingo y, en principio, su día libre. "Como es la fiesta del Sacrificio estoy haciéndole el turno a un compañero musulmán".
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Ésa es la imagen de convivencia que tanto las autoridades iraquíes como los responsables cristianos quieren transmitir del país. "La situación es penosa, igual que la de todos los iraquíes", describe Luis al Shabi, párroco de la catedral caldea de San José. "No hay diferencia entre musulmanes y cristianos", insiste en la antesala de su despacho, donde después de la misa recibe a los feligreses.
Los caldeos, católicos que siguen al Papa de Roma, constituyen la principal comunidad cristiana de Irak, un país mayoritariamente musulmán. Llegaron a ser casi un millón a finales de los años ochenta del siglo pasado. Hoy rondan el medio millón, según el padre Al Shabi. Otros 200.000 siguen los mucho más minoritarios cultos nestoriano, siriocatólico, sirioortodoxo, etcétera.
[Los caldeos tienen su origen en la Baja Mesopotamia. Existen pruebas documentales de su existencia desde el año 850 A.C. De ellos proceden los reyes de Babilonia. Cristianos de la iglesia asiria, se unieron a la de Roma en 1552.]
Hoy, minoritarios y divididos, los cristianos de Irak afrontan además un riesgo real de desaparición. Se constata los domingos a la hora de la misa en cualquiera del medio centenar de iglesias que salpican la capital iraquí. Ancianos, algunas mujeres jóvenes y niños. Los hombres en edad de trabajar han emigrado al extranjero, en especial después de la guerra del Golfo (1991). De constituir el 8% de la población han pasado a ser apenas el 3%.
Un fenómeno común a todo Oriente Próximo, tal como recuerda Al Shabi, pero que sorprende en un país que ha hecho gala de su multiconfesionalidad. "Siempre ha existido una verdadera libertad de culto", asegura el párroco. No sólo eso, el carácter laico del Partido Baas atrajo a muchos cristianos que han alcanzado cargos importantes, incluso en cuerpos como la Guardia Republicana. Tarek Aziz, un caldeo, es viceprimer ministro y una de los tres miembros del Gobierno más próximos a Sadam Husein.
Tal vez sea esa cercanía al poder la que hace que muchos iraquíes les perciban como una élite intelectual y social protegida por el régimen. Los cristianos reconocen que la estabilidad que garantiza el régimen les beneficia en un país de complejas alianzas confesionales y étnicas. Sin embargo, hoy resienten sin duda no sólo el empobrecimiento causado por el embargo, sino también la progresiva islamización de la sociedad iraquí. Desde que en vísperas de la madre de todas la batallas, se inscribiera el Alá-u-akbar (Dios es el más grande) en la bandera nacional, el giro ha sido notable.
A la prohibición del consumo de alcohol en lugares públicos, siguió la mención de la religión en los documentos de identidad, las invocaciones religiosas en cada discurso oficial, la proliferación de mezquitas financiadas con fondos oficiales... Incluso la transformación del paisaje humano en las ciudades. Las iraquíes urbanas que desde los años setenta se vestían a la occidental han vuelto a ponerse el velo y a alargar las faldas hasta los tobillos. Sólo las cristianas caminan ya con la cabeza descubierta por las calles de Bagdad o Mosul.
Nada de eso importa tanto como el riesgo de ser percibidos como quintacolumnistas ante una nueva amenaza de guerra que llega del Occidente cristiano. Aunque los dignatarios musulmanes, tanto suníes como shiíes, se cuidan mucho de manifestar desprecio, el riesgo de radicalismo crece alentado por las encendidas proclamas que desde mezquitas como la del jeque Abdul Qader de Bagdad lanzan los imames.
La vuelta a la religiosidad es un hecho entre los cristianos. La parroquia de San José atiende a 250 familias y el padre Luis no se queja. "Es mejor que antes", reconoce, sin querer entrar en el paralelismo con el giro islámico. Está satisfecho con la actitud del Gobierno: "Si al menos un 20% de los alumnos son cristianos, las escuelas ofrecen clase de catecismo; donde son menos, la formación se da en la iglesia", explica antes de concluir que el embargo ha supuesto "el peor periodo de nuestras vidas".
Sin intención de contradecir a Al Shabi, y por razones muy distintas, Georges, el telefonista, cree que los últimos 10 años han sido los más felices de su vida. Su trabajo es tedioso, los 25.000 dinares que gana al mes no le han permitido casarse o independizarse. "Es que antes estaba en el Ejército, y ya sabe cuál es nuestro problema en este país", asegura a media voz con una queja que podría suscribir cualquier otro iraquí de 30 años, cristiano o musulmán.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de febrero de 2003