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Reportaje:GOLF | Masters de Augusta

Nacido para el Masters

José María Olazábal tiene un pacto secreto con Augusta para resurgir siempre a su calor

Como José María Olazábal había fallado el corte del torneo de Atlanta, el domingo por la mañana, bien temprano, fue uno de los primeros que llegó al mostrador de Augusta para registrarse en el Masters. Pero Tiger Woods, Phil Mickelson y algunos más se le habían adelantado. Así, le tocaba anotar su nombre en la línea número 13. Una fuerte tentación atravesó su cerebro. Le faltó nada para saltársela e inscribirse en la 14.

El asunto no era secundario. Era serio. En Augusta todo se hace por estricto orden de aparición. Olazábal quedó registrado como el jugador número 13, su bolsa quedaría aparcada en la balda número 13 del almacén y su caddie, Philip Morbey, llevaría el número 13 en la pechera de su inmaculado mono blanco de trabajo.

Tan negro estaba el ánimo del golfista español al llegar a Augusta que incluso se negaba a considerar que el domingo 13, ayer, pudiera estar aún jugando el Masters. Llegaba dejando a su espalda una temporada horrorosa. "Dura", en sus palabras. Unos meses en los que ha fallado cuatro cortes; unas semanas en las que ha sido incapaz de dar bien a la pelota en todos los terrenos. "No me funcionan el driver, los hierros y el putter", dijo; "esto es frustrante".

Llegaba con la misma sensación que varias veces en la vida asalta a todos los jugadores, que, de un día para otro, sin saber por qué, haciendo los mismos gestos, las mismas rutinas, las mismas posiciones, dejan de dar bien a la bola. "Éste ha perdido el toque", se dice en el oficio.

Olazábal había dejado de saber jugar al golf y se mortificaba. Y, encima, llovía a mares. El lunes se le hizo eterno. Cerraron el campo por el agua y no pudo hacerse sus habituales 18 hoyos de prácticas. El juego se atrasó una jornada y hasta el viernes no pudo empezar a darle en serio. Y, sintiendo que daba mal a la pelota, luchando en jornadas de once horas contra un campo infame, de repente levantó la vista y vio que estaba arriba. "No sé por qué", intentaba explicar; "bueno, quizás sea por la experiencia, por el conocimiento del campo, por la paciencia con la que juego".

La mayoría teme a los torneos grandes y para defenderse, para intentar sobrevivir a la presión, intenta engañarse. "Ésta es una competición más", se dicen y se repiten en psicológica táctica. Y quizás se lo llegan a creer hasta que un día les van tan bien las cosas que se ven en el leaderboard del Masters, por ejemplo, y tienen ante ellos un putt de dos metros para ser los primeros. Entonces tiemblan de una manera que no creían que se pudiera temblar. "Ésta no es una competición más", se dicen entonces, cuando les hunde la presión.

Para Olazábal, el Masters nunca ha sido una competición más. Nunca ha intentado engañarse. Tampoco le habría resultado posible. Olazábal mamó de su mayor, Severiano Ballesteros, la adoración al Masters y desde el primer año estableció un pacto, un pacto mental y secreto con el campo: sería el Fausto de Augusta. Olazábal transformó su juego para adaptarlo al Masters; achicó su swing para poder bombear las bolas, para lanzarlas altas, los tiros que requieren sus duros greens.

Ardiente defensor de la sabiduría de transmisión oral, Olazábal escuchó reverente todas las historias que le contaban los grandes campeones: el surafricano Gary Player y Ballesteros sobre todos. Aprendió a conocer el campo. Y en su 15º Masters lo conoce como nadie. "Sé dónde no tengo que lanzar la pelota", dice. Y el Masters le recompensó. Le hizo sufrir primero, en 1991, cuando le privó de su primera chaqueta verde, pero le compensó con dos victorias: 1994 y 1999.

El golfista es el único animal que se entrena después de una jornada de competición y antes también. El sábado, al atardecer, cuando ya casi todos se habían ido, Olazábal trabajaba con sus hierros. A su lado, le aconsejaba Butch Harmon, su gurú: "Baja la cadera, sube este hombro, gira así como si fueras a dar una revolera a un toro...".

Harmon también enseña a Tiger Woods, Scott, Clarke y otros. Pero ha apostado por Olazábal. Apostado físicamente contra las casas de apuestas inglesas. Apostado con la seguridad que sólo puede tener alguien que sabe que Olazábal y el Masters son una pareja especial.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de abril de 2003