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Crónica:GOLF | Masters de Augusta

Un zurdo con una chaqueta verde

Tiger Woods se hundió pronto y el triunfo final fue para el canadiense Mike Weir

Un zurdo ganó el Masters y no fue Phil Mickelson, el norteamericano que había quedado ya tres veces tercero. Fue un canadiense diminuto, de la talla de Gary Player y de negro vestido también, llamado Mike Weir, que debió luchar contra la aparición inesperada del anónimo Len Mattiace hasta más allá del hoyo 18, hasta el desempate que se jugó en el hoyo 10. Weir, de 32 años, se convirtió también en el primer canadiense que gana un torneo grande de golf. Es el segundo zurdo que lo hace 40 años después de que Bob Charles se impusiera en el Open Británico.

En el paraíso de los pegadores, dos golfistas de juego corto se disputaron ayer el trofeo más ansiado, la chaqueta verde que distingue al ganador del Masters de Augusta. Los hombres largos, Tiger Woods, Vijay Singh, Phil Mickelson -logró su cuarto tercer puesto-, Ernie Els, se retiraron de la contienda antes o después, afectados por diversos males que les condujeron a desastres variados. José María Olazábal, la esperanza española, no llegó a entrar en la lucha. Luchador, paciente y constante como siempre, tuvo en su contra, como siempre también, un palo, el putt. Pese a su juego a veces magistral, su resultado chocó con su absoluta imposibilidad de transformar en birdie las numerosas ocasiones de que dispuso. Terminó el día con una sobre el par para un total al par y un octavo puesto para sumar a las 11 veces que ha terminado entre los 15 primeros del primer grande del año.

Bullidores y voluntariosos, Jim Furyk y Jeff Maggert, los especialistas del putt y del juego corto, hicieron de coro en una jornada que sólo rompió emocionalmente en los últimos hoyos. Hasta que Len Mattiace, un neoyorquino de 35 años que jugaba su segundo Masters, 15 años después del primero, no consiguiera un eagle en el 13 y agitara un poco las conciencias, el día había sido de resistencia, de jugadores tímidos, de mucho par salvado, de poco brillo. El primer brillo lo dio Mattiace en el hoyo 8, cuando desde una posición inverosímil en las lomas de la derecha embocó con un chip espectacular la bola en birdie. Del posible desastre, Mattiace pasó a la lucha por la victoria, convencido además de que ayer era su día, su día mágico. Todo lo que intentó lo transformó. En el 10 enchufó un birdie de casi 30 metros. Con una madera tres, sin mirar atrás, llegó de dos al green del 13. Eagle. Líder en solitario con -6. Le entraba todo. En el 15 también llegó de dos al green, el lugar más solitario del mundo. Allí, un nuevo birdie le dejó con dos golpes de ventaja a falta de tres hoyos. Jugó el 16 con una seguridad tremenda: birdie. En el 17 salvó el par con una seguridad pasmosa. Con dos golpes de ventaja sobre Weir, que acababa de hacer birdie en el 13, se presentó en el tee del 18. Ante él, el mundo, la oportunidad de dejar de ser uno más para convertirse en un grande, en un nombre que los niños se aprenderían de memoria. Del sueño le separaban cuatro golpes. No necesitaba más que un par.

Mike Weir no se rinde nunca. Terminó arrastrándose el viernes, cuando un +3 le apeó del liderato. Era un alma en pena, carita triste y desolada el que se iba a meditar a su casa las ocasiones perdidas. Carne de fracaso. Pobre Weir. Uno más a la cuenta del Tigre. O de quien ganara. Pero ese análisis tan simple olvidaba que Weir es uno de los más regulares y pacientes del circuito, que sus aires pulidos y educados esconden dureza de diamante, que ya en 2000, en Valderrama, le había birlado a Woods el triunfo en un torneo del circuito mundial. Weir salió inteligente ayer. Cometió docenas de errores, pero los solucionó todos con un putt que no le ha abandonado en toda la semana. Apenas cogió calles, apenas tocó greens. Pero sólo necesitó ocho putts en los siete primeros hoyos. Chips de precisión. Inteligencia táctica. Después de arriesgarse en el 13 y lograr el birdie por los pelos, rozando el agua, en el 15 prefiere quedarse corto, no arriesgar. Allí consiguió el birdie que necesitaba. Salió en -7.

Mattiace se desintegró en el tee del 18. Su golpe de salida se fue a los pinos, de donde sólo la pudo sacar al medio de la calle. Se recompone y es capaz de embocar un putt de cuatro metros para bogey. Un +1 que coincide con el -1 de Weir. Empate a -7. El empate aguantó porque Weir resistió, porque clavó los putts que necesitó para forzar el desempate. Y mientras Weir aguantaba, Mattiace continuaba deshaciéndose. Intentó serenarse tirando bolas en el campo de prácticas y no aguantó ni cinco minutos; en el putting green, lo mismo. Llegó temblando al 10. Su segundo golpe se fue a los árboles. Firmó el desastre que hizo campeón a Mike Weir.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de abril de 2003