Si se da algún crédito al juego crítico que dice que el valor de una película debe medirse por la proximidad que alcanza entre lo que busca y lo que encuentra, Slam es una obra relativamente equilibrada, calculada desde la producción con cierta dosis marrullera de astucia, porque hay cercanía entre sus pretensiones (que son muy pocas: ganar dinero) y sus alcances (que son igualmente cortas: hacer dinero fácil). Quiere convocar Slam a gente joven de ahora que agradezca que en una pantalla le den lugares comunes en los que desearía estar, músicas comunes que les gustaría oír y gentes comunes a las que acompañaría con gusto; y en términos generales, con toda simplonería, les da algo así de irrelevante y quizás productivo. Es un tinglado comercial de rockeríos, imágenes de pandilleo e incursiones en desparpajos eróticos controlados, es decir, que no deriven hacia explicitudes arriesgadas, de las que obligan a hacer puesta en escena y, por ello, verdadero cine. Total, que Slam da muy poco, por no decir nada, que es lo que en realidad la película promete.
SLAM
Dirección: Miguel Martí. Guión: Juan Carlos Rubio. Intérpretes: Iván Hermes, Juana Acosta, Tomás Fonzi, Estíbaliz Gabilondo, Andreu Castro, Fede Celada, Luke Donovan. Género: comedia. España, 2003. Duración: 95 minutos.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de junio de 2003