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ATLETISMO | Campeonatos del Mundo

La hazaña de Eliseo

El oscense logra una gran medalla de bronce en los 3.000 metros obstáculos, ganados por el qatarí y ex keniano Shaheen

De repente, en el muy solemne, muy futurista y muy popular Stade de France empezó a sonar Paquito el Chocolatero. ¿Cómo? ¿Es fiesta? ¿Dónde estamos? La fanfarria de Dax contratada para animar a la gente en los tiempos muertos no respondió a la pregunta y siguió tocando. Lo hacía en honor de Eliseo Martín, un joven de Monzón (Huesca) que acaba de revolucionar una pequeña parcela de la historia del atletismo. Eliseo, todo ambición, fuerza, inteligencia táctica, fue capaz, con precisión matemática, de introducirse en unos terrenos vedados al hombre blanco. Penetró, valiente, en el jardín de los kenianos y no se asustó, no tembló. Sabía por dónde se metía. Terminó en el podio, donde, profeta, honor a su nombre, había anunciado que terminaría. Terminó de bronce, por detrás del qatarí y antes keniano Saif Saaeed Shaheen y del keniano Ezekiel Kemboi. Ya lo había dicho: "Sólo hay dos kenianos superiores". Luismi Berlanas, valiente hasta la extenuación, concluyó el sexto en el mejor 3.000 metros obstáculos de la historia del atletismo español. José Luis Blanco fue el octavo.

Volaba. Nada le detendría. Hasta se acercó a la ría y pudo pensar que lo imposible estaba allí

La carrera comenzó como una exhibición del nuevo poder qatarí y acabó casi en un suicidio. Comenzó con Shaheen saliendo como un loco en compañía de otro keniano hecho qatarí y con su hermano, que sigue siendo keniano y se llama Abraham Cherono, y con los 12 restantes corredores gritando sálvese quien pueda. Pasaron el primer kilómetro veloces, en 2m 36s, un ritmo salvaje, y lo pasaron deshechos. Y, mientras tanto, Eliseo, viejo perro, confiado en sus fuerzas, tranquilo, porque lleva un año dulce, un año en el que todas las respuestas que le da el cuerpo a sus preguntas son buenas noticias, y así desde el lejano invierno, calculaba en un grupo más atrasado, miraba el cronómetro, medía... Luismi, devorado por la impaciencia, por el afán guerrero, se fue a la caza de los qatarís-kenianos. Se fue con el marroquí Ezzine, se fue a darlo todo hasta aguantar, se fue porque lleva un año miserable, porque apenas ha podido entrenarse a gusto, se fue porque necesitaba pasar rápido y tranquilo sobre los obstáculos, afrontar la ría con vistas. Se fue Berlanas con Ezzine y empezó a recoger cadáveres a su paso. Primero, al segundo qatarí; luego, al campeón olímpico y mundial, a Reuben Kosgei, que acabó retirándose... Después vio el vacío y, a lo lejos, a Cherono y al otro keniano, Kemboi, y a Shaheen. Y a por ellos se fue. Y Eliseo calculaba.

Eliseo calculó hasta llegados los 1.500 metros. Entonces tomó la decisión. Hizo el movimiento que tantas veces había soñado. Como si fuera un corredor de reserva, recién entrado en la pista, empezó a ganar metros, fresco; a achicar espacios. El 2.000 lo pasaron en 5m 19s. Seguían a ritmo de locura. A falta de 800 metros, Eliseo llegó a la altura de Berlanas. Los dos españoles ya eran el cuarto y el quinto. Faltaba el asalto final. Pero no había dudas. Eliseo iba hecho una furia. A por ellos. La última vuelta era la suya. Pensando en ella se había entrenado todo el año. Pensando en vaciarse y sufrir. Y en gozar viéndose veloz y fuerte. En la última vuelta, en la penúltima valla, el cuerpo de Berlanas dijo basta, no puedo más. En la penúltima valla, cuando el madrileño tropezó y estuvo a punto de caerse, Eliseo volaba. Nada le detendría. Hasta se acercó a la ría y pudo pensar que lo imposible estaba allí, al alcance de su mano. Porque ya iba el tercero, ya había dado buena cuenta de Abraham Cherono y tenía allí a Shaheen, tan elegante de zancada, el cuerpo echado hacia atrás a lo Michael Johnson, tan aéreo y tan seguro. Y con él iba Kemboi. Y Eliseo, que siempre quiso ser africano y correr como ellos y volar sobre las vallas igual de fuertes, igual de ágiles, los vio allí. Y echó el último bofe. Pero no pudo más. El bronce ya le llenaba. Había hecho la carrera que siempre había querido hacer. Con los atletas que siempre había querido ser. Y un Paquito el Chocolatero que nadie supo bailar le hizo saber que el estadio lo celebraba con él.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003