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Crónica:CUMBRE DE CANCÚN

La otra batalla de Cancún: romper el G-23

Los países africanos han resistido las presiones de EE UU y la UE

El toma y daca de la cumbre de la OMC, agricultura por nueva oleada de globalización en inversiones y otros mecanismos comerciales, llevaba implícita otra gran batalla comercial y política: conseguir romper el G-23, y sobre todo enfrentar a los cinco grandes que lo lideran: Brasil, Argentina, China, India y Sudáfrica y a los países africanos más pobres. No ha sido así, pero nadie puede sentirse satisfecho. Cancún se cierra sin acuerdo y los países pobres no han logrado nada. "Mejor eso que empeorar el texto de Doha", había anunciado un portavoz de Brasil. Las espadas siguen en alto hasta el 31 de diciembre de 2004.

En las últimas horas todo se centró en dos capítulos. Brasil podía aceptar un acuerdo parecido al que planteaba Europa en temas agrícolas, pero India se oponía con ferocidad a que se hablara de nada que tuviera que ver con los "temas de Singapur".

El negociador indio, el poderoso ministro de Comercio, Arun Jaitley, de 51 años, contó con el apoyo incondicional de Malasia y se desveló como uno de los negociadores más duros de Cancún. "Esta es la ocasión para que los países en vías de desarrollo dejen su impronta en la OMC. Si se pierde esta oportunidad pasarán décadas antes de encontrar otra", explicó.

Al empezar esta cumbre europeos y norteamericanos no daban un céntimo por la capacidad del G-23 para permanecer unidos, pero según fueron pasando las horas esa confianza se fue debilitando. Finalmente, fueron los países africanos los que marcaron el terreno: no romperían el acuerdo del G-23. Si los países ricos no aceptaban acuerdos agrícolas sin contrapartidas globalizadoras, simplemente no habría acuerdo. Cancún sería un fracaso.Las negociaciones se desarrollaron en cinco grandes grupos de temas y en cada mesa presidió un "facilitador", un personaje neutral encargado de redactar el texto que formó parte del borrador final. El facilitador del capítulo agrícola, por ejemplo, fue George Yeo, "un general de Singapur que lo único verde que conoce es el uniforme y que, sin embargo, ha hecho un buen trabajo", decía ayer un miembro de la delegación europea.

Mecanismos de negociación

Después, se reunió todo en un nuevo borrador, en el que los "cuántos" y "cuándo" figuraban en blanco entre corchetes y comenzó la auténtica discusión y las maniobras de pasillo para concertar alianzas, romper acuerdos, amenazar o prometer a los más débiles, o tantear las fuerzas.

En Cancún, por ejemplo, la UE luchó desesperadamente, sin éxito, por encontrar apoyos en los temas de Singapur. Y Estados Unidos, que tenía en la OMC mejor fama que Europa (el delegado de Burkina Faso lo resumió así: Washington viene de frente mientras que Europa nos engaña) tiró todo ese prestigio por la borda con su Farm Bill y los 40.000 millones de dólares que Bush aprobó el año pasado como nuevas ayudas para subvencionar a sus agricultores.

El ministro de Comercio de Ghana, Alan Kyeremateng, se lo reprochó: "No tendrán autoridad moral para decir que ayudan a los países pobres hasta que quiten esas ayudas que afectan a la mayoría de nuestras poblaciones".

El fondo de la discusión ha sido hasta donde llega el compromiso alcanzado en Doha. La Ronda de Doha, opinan muchos países en vías de desarrollo, fue casi un milagro. Fuera porque los países ricos quedaron asustados por el violento fracaso de la reunión de Seattle, o porque Estados Unidos acababa de sufrir los ataques del 11-S y estaba emocionado por la simpatía que despertaba en todo el mundo, lo cierto es que la OMC aceptó por primera vez un principio importante: el comercio internacional sería también un escenario para ayudar a los países pobres.

Por más que el recién nombrado secretario de Estado español de Comercio, Francisco Utrera, pareciera ignorar esa realidad (ayer aseguró tranquilamente en una conferencia de prensa que "la OMC no es un organismo para promover el desarrollo de nadie") lo cierto es que el documento de Doha recogió 64 veces la palabra "desarrollo" y que la protesta de la mayoría de las ONG presentes en Cancún fue que la Ronda del Desarrollo, como se la conoce internacionalmente, no podía acabar siendo una pura retórica.

En Cancún ha quedado claro el papel que desempeñan las ONG en estas reuniones, ayudando a los países pobres a preparar sus intervenciones No es extraño que entre los políticos occidentales algunas comiencen a molestar. "Si nos dejan entrar es por la presión de esas manifestaciones en la calle que tantas críticas despiertan", asegura el responsable de una ONG cristiana. La ministra de británica de Agricultura, Margaret Becket, no se mordió la lengua y acusó a las organizaciones humanitarias, más o menos, de llenarle la cabeza de pájaros a los países pobres. Oxfam no se dejó impresionar y trajo a Cancún a su nuevo fichaje, Mary Robinson, ex presidenta de Irlanda y ex comisionada de la ONU para Derechos Humanos. Difícil acusarla de alocada.

Y difícil olvidar que en la cumbre de la OMC hubo nada menos que 700 miembros de lobbys industriales y agrícolas de EE UU y otros tantos de la UE. No se les vió tanto como a los miembros de las ONG porque siempre prefieren visitar las delegaciones oficiales antes que las salas de prensa. No reclaman la atención de la opinión pública como hacen los grupos humanitarios pero tienen su mismo reconocimiento (son también "no gubernamentales") y una gran efectividad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de septiembre de 2003