Aimar pasó por el Manzanares y dejó huella, la de un jugador formidable, con recursos que están al alcance de muy poca gente en el fútbol de hoy. Se sobrepuso a una abundante ración de patadas para ganar el partido. Lo hizo en el segundo tiempo, ante una versión patética del Atlético, que tiene mal arreglo. Le faltan jugadores decentes por todos los lados. Su entrenador no mejora las cosas. Da la impresión de estar superado por los acontecimientos, abrumado y sin capacidad de respuesta a los numerosos fuegos que tiene abiertos. Con este panorama, el Valencia se llevó el partido cuando lo quiso Aimar, que salió entre ovaciones del Manzanares.
ATLÉTICO 0 - VALENCIA 3
Atlético de Madrid: Santi, García Calvo (Hibic, m.20), Lequi, Sergi; Diego Rivas; Ortiz (Ibagaza, m.51), Simeone, Rodrigo (Nikolaidis, m.77); Paunovic; y Fernando Torres.
Valencia: Cañizares; Curro Torres, Marchena, Pellegrino (Navarro, m.59), Carboni; Jorge López (Canobbio, m.72), Albelda, Baraja, Vicente; Aimar; y Oliveira (Mista, m.46).
Goles: 0-1. M. 67. Gran combinación entre Aimar y Mista, con doble pared, que acaba rematando Vicente a la escuadra.
0-2. M. 76. Gran pase en paralelo de Aimar a Mista, que marca por alto.
0-3. M. 90. Otro gran pase, esta vez adelantado de Aimar a Mista, que solo en el centro del área se escora a la izquierda y marca cruzado.
Árbitro: Carmona. Amonestó Diego Rivas, Santi, Marchena, Curro Torres y Jorge López.
Gran entrada en el Vicente Calderón, unas 35.000 personas.
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Apenas comenzado el campeonato, el Atlético presenta un pésimo cuadro clínico, con escasas perspectivas de mejoría. Si alguien puede cambiar su destino no será otro que Ibagaza, jugador notable que tendrá un trabajo homérico para levantar a un equipo con recursos muy limitados. Tendrá que ser mejor de lo que se supone, y se antoja que es un excelente futbolista, para sacar al Atlético del coma. Tampoco ayuda un entrenador que se baja del tren en la cuarta jornada. Por lo visto no creía demasiado en lo que hacía. Cinco cambios con respecto al partido anterior se antojan demasiados. Es la típica decisión traumática que pretende reactivar el equipo, sin ningún resultado alentador, por lo que se vio frente al Valencia. Dos chicos de la casa, Ortiz y Diego Rivas salieron como titulares. Fracasó Ortiz en el costado derecho y no causó una gran impresión Rivas, centrocampista laborioso, sin ningún rasgo distinguible, como no sea su propensión a jugar con un exceso de revoluciones. Evidentemente el Atlético necesita alguien capaz de patrullar el medio campo junto a Simeone, cuyo declive es notorio. No parece que Diego Rivas, o la versión que ofreció en su primer partido, sea la respuesta a las necesidades del Atlético. Movilla está mucho cuerpos por encima, pero ha sido condenado a galeras, castigo que ahora mismo choca con los intereses del equipo, muy necesitado de jugadores competentes. No parece que tenga muchos.
La patética primera parte del Atlético se resumió en la estadística. No hubo un remate contra Cañizares, que asistió de espectador a un encuentro que tampoco giró con el ingreso de Ibagaza. Hubo una especie de arrebato a su alrededor durante algunos minutos, pero aquello no fue a ninguna parte. No se ve en el horizonte del Atlético gente en condiciones de jugar en la onda del jugador argentino. La situación es tan crítica que Fernando Torres aparece como un delantero vulgar. Pasó desapercibido, desconectado del partido, ajeno a una noche que produjo la indignación de la hinchada. La Liga acaba de comenzar y los aficionados no se temen nada bueno. El Valencia despreció la posibilidad de tumbar al Atlético en el primer tiempo. Tenía mejores futbolistas en todas las líneas, estaba mejor armado y no encontraba obstáculos relevantes para dominar el juego. Pero se lo tomó con calma. Y con razón. Esperó a Aimar, que dio un recital en la segunda parte.
Aimar pareció de otro planeta en cuatro o cinco acciones, incluida la del primer gol, que nació de un gravísimo error del Atlético, cuyos síntomas son los de un equipo desquiciado. Es un barullo ambulante, defecto que no se le puede atribuir al Valencia. Tendrá defectos, pero le sobra orden y oficio. Sus defensas son competentes, Baraja funciona como un muelle y Aimar es un futbolista de primer orden. Aunque le buscaron la tibia en casi todas las jugadas, su autoridad fue abrumadora. Jugador dinámico, generoso, con una percepción muy aguda del fútbol, decidió ganar el partido y nadie le paró. El Valencia no necesitó de un delantero centro para marcar las diferencias. En este punto anda con los mismos problemas de otras temporadas. Oliveira apunta alguna cosa, pero nada más. No parece el jugador adecuado para completar la obra de Aimar, Baraja y compañía. Le sustituyó Mista en el segundo tiempo, y no hubo color. Burgos, que se había empleado con acierto y buena vista, no pudo contener las llegadas del Valencia, de las que Aimar tuvo casi toda la responsabilidad. Fue imparable en todos los sectores del campo. Enfrente, Simeone y Rivas eran dos sombras. Con el primer gol se acabó el partido, si por tal se entiende el duelo entre dos equipos. En el Manzanares, y ante la desolada afición colchonera, sólo hubo uno, el Valencia, conducido por un futbolista excepcional al que conviene no perder de vista. Es Aimar, y es un regalo para el fútbol.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de septiembre de 2003