Impecable en su terno gris, Alfredo di Stéfano asistió al homenaje de un club que le guarda una deuda eterna. Han pasado cincuenta años desde su primer partido con la casaca blanca, fecha inolvidable por lo que Di Stéfano representa para el Real Madrid y para el fútbol. Ningún jugador ha significado tanto para un equipo, y nadie ha dejado un legado mayor. Alrededor de Cruyff se construyó el Ajax, y lo mismo sucedió con Beckenbauer en el Bayern. Son los dos ejemplos más claros de adscripción de un club al nombre de un gran futbolista, pero en ninguno de los dos casos la huella supera a la de Alfredo di Stéfano, que no sólo sacó al Madrid de un largo periodo de sombras, sino que lo convirtió en el faro del fútbol mundial. Con él cambió el juego, se transformó el club, se prestigiaron las competiciones. Lo que significa la Copa de Europa no tendría sentido sin el jugador que abanderó al mítico Madrid de los cinco títulos, del futbolista total, generoso en el campo, letal en el área, ganador compulsivo. Llegó hace 50 años, procedente del Millonarios de Bogotá, pero con el corazón de River, el equipo donde creció, en el que aprendió de los célebres Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lostau, de los que habla con reverencia, con la misma que le dedican sus viejos compañeros madridistas, para quienes no tiene rival: Di Stéfano es incomparable. El mejor.
REAL MADRID 3 - RIVER PLATE 1
Real Madrid: César; Salgado (Pavón, m. 46), Rubén, Helguera (Jordi, m. 74), R. Carlos (Bravo, m. 46); Beckham (Borja, m. 37), Guti (Cambiasso, m. 74); Núñez (Olalla, m. 81), Zidane (Jurado, m. 46), Solari; y Portillo (Riki, m. 81).
Ríver Plate: Costanzo; Tuzzio, Crosa, Ameli, Vivierscas (Vivas, m. 63); Caudet (González, m. 46), Mascherano (Barrado, m. 84), Pereyra (Ahumada, m. 46), Ludueña (Husain, m. 60); Domínguez (Montenegro, m. 46) y Cavenaghi (López, m. 74).
Goles: 1-0. M. 55. Solari. 2-0. M. 58. Portillo. 3-0. M. 70. Portillo. 3-1. M. 81. González.
Árbitro: Iturralde.
25º Trofeo Santiago Bernabéu, homenaje a la llegada al Real Madrid hace 50 años de Alfredo di Stéfano. 30.000 espectadores.
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Levantó en el palco la placa de homenaje. Un breve gesto de satisfacción y a otra cosa, al fútbol. Nunca fue hombre demagógico. Se le recuerda con el gesto seco, dirigiendo al equipo con un aire casi marcial, exigiéndose a sí mismo más que a los demás. Jugaba por placer, porque así lo aprendió pronto en el barrio de Barracas, pero siempre le confirió al fútbol un profundo rasgo laborioso. Di Stéfano se refería a Chamartín como la fábrica. Era el lugar donde se ganaba el sueldo de manera gloriosa, ante la admiración de una hinchada que terminó por destacar su compromiso profesional con el club. Claro que trabajaba Di Stéfano, jugador de despliegue impresionante, pero esa cualidad sólo le definía en parte, porque él regateaba, pasaba, cabeceaba, remataba de media distancia, aprovechaba los rechaces en el área y, sobre todo, comprendía la esencia del juego instantáneamente. Tenía el don de los futbolistas excepcionales y la voluntad para exprimirlo con desesperación. Ese jugador, que llegó al Madrid con 27 años, se sentó ayer en el palco como presidente de honor del Real Madrid. Abajo, en el césped, los dos equipos de su vida.
Fue un partido amable para una noche de homenaje. No podía ser de otra manera. También fue un partido sentimental de otra manera. En uno de los fondos, y también repartidos por las tribunas, los hinchas argentinos sintieron que el partido les convocaba para disfrutar del fútbol y de su River. Emigrantes la mayoría, tuvieron en un partido de fútbol la ocasión de celebrar la fiesta, el encuentro con los recuerdos, con el país que de ninguna manera olvidan. Era hermoso verles felices en Chamartín, defendiendo desde las gradas a River y celebrando el homenaje a Di Stéfano, uno de los suyos, uno de los más grandes también, el chico que sucedió a Pedernera con el nueve.
Allí estaba River, con algunos muchachos nuevos y con algunos veteranos, como Coudet. Enfrente, el Madrid reservó a algunas de sus estrellas, caso de Figo y Ronaldo, y salió a jugar. Lo bueno del fútbol es que cualquier partido, por festivo que sea, permite ver las cualidades esenciales de los jugadores. Nuevamente se observó el despliegue de Beckham, con el aire inglés que le lleva a disputar ardorosamente la pelota en cualquier circunstancia. Puede que sea el menos inglés de los jugadores por estilo, pero el gen laborioso lo lleva muy dentro. La afición lo valora tanto o más como la calidad de sus pases, uno de los cuales fue perfectamente interpretado por Zidane para cerrar la mejor jugada del primer tiempo. No fue gol, pero la afición lo celebró como si lo hubiera sido. Hubo las ovaciones de rigor para Michel Salgado, que no encuentra suficiente campo en su exuberante estado actual, o para Solari, protagonista de un partido muy especial. Hincha irredento de River marcó un espectacular gol que no celebró, pero desde el primer instante quedó claro que la noche no le resultaba ajena. Finalmente el partido se convirtió en una celebración de los pavones, mayoría abrumadora en el equipo durante el segundo tiempo, el que certificó la victoria del Madrid en un día de homenaje al más grande futbolista que ha conocido el club.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de septiembre de 2003