La magia del Valencia se apagó a la media hora, justo cuando el dueño del partido dijo ¡ay! y un tirón muscular le mandó al banquillo. Lanzado en el arranque de temporada, Aimar había controlado a su gusto el encuentro, camuflado entre líneas y con una velocidad más que los demás jugadores. Durante esos minutos, nadie tuvo su desequilibrio ni su visión de juego, ni siquiera su idolatrado Zidane. Por eso el Valencia notó su ausencia como si se hubiera ido la luz. El juego se hizo más previsible, más plano, muchísimo menos vertical. La grada se puso en pie para despedir al pibe, dolorido y triste por perderse la cita en que era protagonista.
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Todo lo que fueron aplausos para Aimar fueron antes silbidos para el Madrid, recibido en Mestalla en pie de guerra, algo que últimamente viene siendo una costumbre. "El recibimiento será hostil", avisó Pavón. Más en Valencia, una plaza especialmente incómoda, caldeada por fichajes (Mijatovic) o intentos de fichajes (Mendieta y Ayala) polémicos. La seguridad del Madrid intentó evitar cualquier percance en vistas de que la temporada pasada su autobús ya recibió un impacto, y de que a principios de esta semana unos desconocidos incendiaron de noche el banquillo visitante del estadio.
El Real Madrid solicitó que la policía cortara las calles por las que iba a circular, o que se modificara el recorrido. No fue así, pero el equipo dio esquinazo a los aficionados que esperaban con ganas de bronca. Envueltos en un gran cordón policial, los madridistas accedieron al campo por una puerta trasera. Quien no necesitó escolta fue Di Stéfano, entrenador del Valencia a principios y finales de los 70. Una hora antes del partido llegó al estadio, bajó del coche apoyado en su bastón y la multitud abrió de manera improvisada un pasillo para La Saeta.
La hostilidad contra el Madrid frenó la hostilidad contra Ayala, recuperado de su lesión de isquiotibiales al tiempo que su cuenta bancaria ha engordado hasta el 2007. El defensa, suplente e inédito esta temporada, fue el último en salir a calentar con sus compañeros. Quizá lo hizo para resguardarse de la posible bronca.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de septiembre de 2003