El Madrid de Carlos Queiroz pudo entregarse en Vigo a un ejercicio de estilo de los que tanto le gustan. Es como jugar con fuego. Pero el Celta de Miguel Ángel Lotina es demasiado insignificante para apear al equipo blanco del alambre del que se columpió durante largo rato. Tuvo el Madrid a Zidane, lo que resultó bastante para cubrir el expediente en una noche de entretenimiento, y anduvo escaso de dinamita porque replicó a la temerosa puesta en escena del grupo de Balaídos con un manojo de oportunidades desaprovechadas, lo que le pudo suponer algún disgusto. Pero este Celta decadente está entregado a la mediocridad y, cuando en la segunda parte el Madrid emitía señales de alarma, tan sólo fue capaz de amagar.
CELTA 0 - REAL MADRID 2
Celta: Cavallero; Velasco, Contreras, Cáceres, Juanfran; Ángel, Luccin, José Ignacio (Vagner m. 65); Mostovoi, Gustavo López (Jesuli m. 30); y Milosevic (Catanha m. 56).
Real Madrid: Casillas; Míchel Salgado, Pavón, Raúl Bravo, Roberto Carlos; Figo (Guti, m. 77), Helguera, Beckham, Zidane; Raúl y Ronaldo (Solari, m. 85).
Goles: 0-1. M. 23. Raúl Bravo corta el balón en el medio campo y sirve a Raúl, que taconea hacia Zidane. El francés adelanta en diagonal para Figo, que, sin parar, sirve a Ronaldo, quien controla espléndidamente con el lateral del pie derecho y dispara junto al poste con fuerza.
0-2. M. 64. Apertura de Zidane con el exterior hacia Roberto Carlos, que controla con el pecho, recorta a Velasco y dispara con la pierna derecha a media altura.
Árbitro: Pérez Burrull. Amonestó a Milosevic, Helguera, Raúl Bravo, Beckham y Juanfran.
Unos 25.000 espectadores en Balaídos.
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La irrupción de Helguera en el corazón del campo lastró la velocidad del Madrid, que anduvo bastante más lento que de costumbre en la salida del balón, lo que tuvo, curiosamente, el extraño efecto de amedrentar al centro del campo del Celta, que durante largo tiempo se arrugó ante la presencia física de su adversario. Así que lo que perdió el Madrid en el toque lo ganó en la recuperación del balón para dejar el resto a la inspiración de su ataque.
La novedad en el equipo de Queiroz tuvo una doble lectura para Beckham, que en su campo sufrió más dificultades que de costumbre para asociarse, lo que contrarrestó con una mayor libertad de movimientos en el céltico. Pero la prueba acabó sin nota porque anoche el grupo de Lotina sólo examinó al Madrid durante diez minutos.
No fue el inglés el jugador de la noche, sino el enorme Zidane, que disfrutó del partido como un adolescente. El francés desfiló por delante del triple pivote defensivo con el que le esperó el Celta al trote y entre malabarismos, enhebrando las jugadas con Raúl y Ronaldo, más adelantados, o asociándose con Beckham y Figo. Su responsabilidad en el primer gol la asumió sin cruzar el medio campo, con una perfecta diagonal hacia Figo que el portugúes prolongó para la carrera de Ronaldo. El gol retrató la comodidad con que se desenvolvió el Madrid y el tono crepuscular de Cáceres, un espectro del jugador que fue. El central céltico contempló como un testigo privilegiado el tanto, clavado entre la indecisión de tapar a Figo o esperar el avance del brasileño.
Todo el Celta en general tuvo ese aire decadente que se le observa desde hace un año, cuando decidió cambiar la inspiración por el sudor de la táctica. Lotina ha entregado un equipo repleto de jugadores con alma de terciopelo a un grupo de futbolistas forrados de roca, cuya calidad queda retratada cada vez que meten un centro al área. No conoce otros argumentos que esperar al rival en la cueva y enviar balones frontales, y apenas vive de los destellos del veterano Mostovoi y de los chispazos de Gustavo López, que sólo le duró 30 minutos en el campo a Lotina.
La segunda mitad contempló un amago de reacción del Celta, que le echó algo más de sudor al partido. El indicio de reacción no duró más de diez minutos, los que tardó el Madrid en sentenciar, pero fue suficiente para confirmar lo mal que encaja el equipo de Chamartín este tipo de propuestas relacionadas con el físico.
Rondó el Celta la portería del Madrid, sin que por ello se pueda decir que se puso a jugar al fútbol, y echaron de menos los de Queiroz las ocasiones desperdiciadas antes. Hasta que reapareció Zidane, cambió la orientación del juego con el exterior de su bota para Roberto Carlos y el brasileño echó el cerrojo al partido. Y a pensar en otras cosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 2003